La matanza de los autores semanales del Charlie no tiene nombre. ¿Execrable, repugnante?, vale. Sin renunciar al buenismo que la adormece, Europa se lanzó a cantar “Marchemos hijos de la Patria/que ha llegado el día de la gloria/ El sangriento estandarte de la tiranía/ está ya levantado contra nosotros…” Y todos fuimos Charlie, pensáramos lo que pudiéramos haber pensado sobre Charlie Hebdo. Porque el derecho a la vida está impreso en nuestro ADN. El de la libertad de expresión también, pero después. Lo dicta la lógica; donde no hay vida los derechos no florecen.
¿Caben límites a la libertad de expresión? Como toda libertad, sus límites están en el derecho de los demás a vivir también su propia libertad. La pregunta pertinente en este caso es si el semanario satírico cultiva esa prudencia o por el contrario hace de la mofa, o incluso el escarnio, su razón de ser. Y la cuestión se radicaliza cuando afecta a sentimientos profundos, como los religiosos.
Y ahí comienza el problema. El Charlie Hebdo puede parodiar o tomar a chacota símbolos cristianos, como lo hace, y no pasa nada más allá de la lástima que pueda suscitar en los creyentes de esa fe, la única cuyo Dios fue sacrificado por los hombres. Pero no todas gozan de esa liberalidad acuñada a lo largo de una historia de contradicciones dialécticas durante siglos. Continue Reading ▶






