Majestad es término poco usual en su sentido estricto.
“Grandeza, superioridad y autoridad sobre otros”. “Seriedad, entereza y severidad en el semblante y en las acciones”.
Así define la RAE el término majestad. Difícilmente volveremos a asistir a su ejercicio como el brindado por Felipe VI entre el barro, la ira y las lágrimas de un pueblo que llora la muerte de centenares de vecinos y sufre la carencia del auxilio obligado.
No es frecuente, ni siquiera debería serlo, pero ayer fuimos testigos de la dignidad real en el epicentro de la desolación dantesca causada por fuerzas desatadas de la naturaleza.
Cuando los servicios públicos se sacuden responsabilidades, las fuerzas militares llagan tarde y sin la dirección correcta, los responsables del orden público se asoman a la tragedia como de visita, el gobierno de la nación se camufla tras la cogobernanza y su presidente dice que si quieren algo que se lo pidan y sale por piernas de la escena, en fin, cuando la superestructura política demuestra su ridícula dimensión, aún brilla más la excelencia de Sus Majestades.
El Rey no hurtó su presencia en las calles, se fajó con quienes le rodeaban indignados, los animaba y advertía contra la manipulación de que podían ser objeto. “No hagáis caso de todo lo que se publica porque hay mucha gente interesada en que haya caos”.
El Rey ciudadano escuchaba las críticas y oyó una voz que gritó “Sánchez, un perro”, mientras un joven le decía que había gente haciendo cola por una botella de agua, “no es normal, algo podréis hacer”, hasta que otro se echó llorando sobre su pecho pidiendo consuelo.
King and country, rey y país, el rey y el pueblo. For King and country, por la Patria cantan los británicos.
Aquí otros cantábamos VERDE por los años sesenta: Viva El Rey De España.
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