Nuestro momento político está acreditando que hay algo peor que la partitocracia, y es el caudillismo. Desde el cierre de la Transición, allá por los primeros años ochenta, los partidos comenzaron a monopolizar la vida política en detrimento de la libre expresión de una ciudadanía diversa que desde entonces se dejó llevar sin demasiadas ambiciones críticas.
Protegidos por unas normas constitucionales, precisas en aquellos albores para el establecimiento de una democracia parlamentaria implantada sobre el secarral del sistema orgánico anterior, las organizaciones partidarias han acabado cerrándose sobre sí mismas, y cada vez más distanciadas de sus soportes, personales e ideológicos.
El pragmatismo, mejor o peor entendido como muestran las sucesivas confrontaciones ante las urnas, es hoy bandera común de todas ellas. Y la promoción y defensa de las ideas e intereses de sus representados, no figura entre los objetivos de sus estrategias. Entre otras razones, porque ya no hay estrategias; el pragmatismo sólo entiende de tácticas.
En ese hábitat ha crecido la especie del caudillismo. Encumbrado por cualquier medio, desde la cooptación, pactos ocasionales e intrigas de camarilla, o incluso la propia fundación del grupo, los líderes acaban siendo inamovibles e irresponsables. Continue Reading ▶






