Los británicos, siempre tan suyos, están dejando en pelotas a los perdedores de las últimas elecciones nacionales. Allí perdedores y hasta ganadores del Brexit están tomando las de Villadiego; unos víctima de la vergüenza por su mala cabeza, otros porque no saben qué hacer tras haber ganado la partida.
Aquí, Sánchez, Iglesias, Rivera y compañía se emboscan a la espera de que el olvido cubra con su oscuro manto tanto destrozo en sus cuarteles.
Dentro de quince días se sentarán en sus escaños como si nada hubiera ocurrido, sin que nadie de los suyos les reclame daños y perjuicios.
Tendrán la desfachatez de seguir hablando del sufrimiento infringido a los españoles por el gobierno de Rajoy, por la precariedad del empleo que mes a mes crea el sistema nacional, como si fuera más digna la condición de parado, o por las reformas que lo alimentan…, en fin, por todo lo que movió a ocho millones de españoles a seguir respaldando a Rajoy, incluso con las narices tapadas en algunos casos.
Aquí no dimite ni Dios. La muchachada podemita-socialista que mantiene a Carmena al frente de la alcaldía de la capital, responde al ridículo incurrido el 26-J decretando el día sin bañador en las piscinas públicas madrileñas. Luminosa idea donde las haya, y sobre todo de incalculable valor pedagógico: nada que ocultar. Rivera hizo algo similar con su primer cartel electoral en Cataluña, y ahí le tienen.
Pero lo realmente notable es el caso de Sánchez. El gran perdedor ha logrado consolidar el proceso de autodestrucción puesto en marcha por Zapatero. Costará Dios y ayuda revertir la inercia acumulada durante los dieciséis años en que tan singular pareja ha ocupado la secretaría general del partido. Un caso digno de estudio en las mejores escuelas de negocio.
Sánchez está redefiniendo conceptos tales como el de liderazgo y, unido a éste, el de la democracia representativa. En nuestro idioma común la definición de líder – “persona que dirige o conduce un partido político, un grupo social u otra colectividad»- está tomada casi literalmente del inglés: “The person who leads or commands a group, organization, or country”.
Lo de dirigir no va demasiado con el actual secretario general del PSOE, antiguo tertuliano promocionado en la televisión pública por aquel número dos de Zapatero familiarmente conocido como Pepiño Blanco. No define horizonte alguno; alimenta a sus gentes destruyendo lo que tiene enfrente; no conduce, simplemente reacciona. Confunde firmeza con agresividad.
El líder ve a largo plazo y dirige a su grey marchando por delante pero, como Kissinger dejó escrito en sus Memorias, ni tan lejos como para que le pierdan de vista ni tan cerca como para ser engullido por la masa. No es precisamente éste el caso de nuestro gran perdedor, a quien gusta remitir su juicio a lo que las bases dicten.
Y ahí radica su atentado contra la democracia representativa. ¿Para qué eligen los ciudadanos a sus dirigentes si no es para delegar en ellos la responsabilidad de resolver problemas? Apelar a la masa, y más aún cuando la masa se reduce a unos miles de deudores del favor político, es una pura engañifa más propia de comunistas que de socialistas; del jefe de Podemos que de un líder socialdemócrata.
No se le ocurrirá dimitir, no. Lo que diga el Comité Federal, ¡viva la democracia orgánica!