Los cimientos de la convivencia nacional se cuartearon desde que el último presidente socialista pasó por la Moncloa. Aquel Rodríguez Zapatero, estos días agasajado por Maduro en Venezuela, reabrió el sepulcro del guerracivilismo que la Transición dejó bajo siete llaves cerrado.
Y la sociedad española, admirada por cómo pasó de la dictadura a la democracia, se vio al cabo de tres décadas sumida en el tercermundismo de las revoluciones pendientes, como la bolivariana, la de los nacionalismos irredentos que amenazan la igualdad y derechos de los españoles, o lo fue en el pasado siglo la falangista; tan distintas todas ellas entre sí pero menos distantes de lo que pudiera parecer.
Las hostilidades electorales que nos amenazan no dejan de ser peleas callejeras; a la postre sus protagonistas respiran el mismo oxígeno de la libertad que ha venido garantizando la Constitución. Pero suceden hechos que hacen clamar al cielo, como el paseo, seis horas, de un terrorista impenitente por un parlamento español amparado por la presidenta Forcadell.
Otegui confesó sentir envidia del secesionismo catalán y pidió a sus protagonistas que el futuro Estado catalán abra su primera embajada en el del País Vasco, para empezar juntos la construcción de Europa. Rodeado de lo mejor de la sociedad catalana, incluido un cantautor, el vasco anunció un frente común para “descoser las costuras del Estado”. En él cuentan ya con el concurso de Podemos y por ende de los comunistas recientemente absorbidos, tan internacionalistas ellos hasta que se les vino abajo el Muro. Continue Reading ▶






