Con estos socios no va ningun sitio decente.
Esta especie de maldición bíblica que nos ha caído encima mata, hiere, empobrece y meterá al país en recesión a poco que se prolongue. Pero no hay mal que por bien no venga; también está provocando un renacido sentimiento de solidaridad producto de la autorresponsabilidad con que los españoles están peleando la situación.
Y, además, puede iluminar al presidente hasta dejarle ver que las compañías que le rodean no le llevarán a sitio de provecho. Tanto sus socios de Gobierno como los soportes parlamentarios se han destapado por si aún mantuvieran algo oculto. Son puras fuerzas antisistema, con todo el derecho a manifestar sus ideas y fines políticos, pero ni mayor ni menor como el que tenemos el resto de los ciudadanos para defender ese sistema que a ellos ampara.
En la defensa de una posición no cabe contar con quintacolumnistas, que si hoy sostienen el Gobierno es debido a la ambición personal que nubló el juicio de quien lo preside. Malos compañeros de viaje cuando arrecian dificultades; consejeros indeseables en toda circunstancia y más aún si en ella se juega la suerte de todo un país.
Hasta el momento, Sánchez está emitiendo malas sensaciones.
El okupa que preside la Generalitat ha dado señales de rebeldía en medio del declarado Estado de Alerta. Su insensata oposición a que el Ejército desinfecte el aeropuerto de Barcelona, por ejemplo, o sus críticas en la BBC al propio Gobierno son razones suficientes para regularizar su situación, es decir, destituirlo atendiendo el dictamen de la JEC y mandarlo a su casa. ¿Acaso sigue necesitando sus cuatro votos en el Congreso, o es el felpudo para que Iceta entre en un tripartido catalán lo que le motiva a practicar el tancredismo?
El socio parlamentario que atiende por Rufián se puso a la altura de su nombre en el reciente pleno del Congreso. Infinitamente cursi, nadie llega a escucharse a sí mismo diciendo las simplezas que dice, eso sí, colmadas de odio a todo lo que merece la pena, desde la máxima representación del Estado hasta las fuerzas de seguridad. El enviado a Madrid de Junqueras, cómplice supremo en el paripé del dialogo que iba a disolver el conflicto catalán, será uno de los primeros en volver hacia abajo su dedo pulgar en cuanto se presente la ocasión. ¿De verdad confía el Sánchez en su apoyo gratuito a unos PGE?
Los comunistas a la violeta aguantarán carros y carretas a la hora de aprobar los PGE que el sentido común y UE acabarán dictando. Mirarán para otro lado mientras recitan la consigna de que gracias a ellos esta crisis ya no la pagarán los de siempre. De momento su macho alpha sigue saltándose la cuarentena con la misma naturalidad con que el olímpico Dick Fosbury superaba los dos y pico metros en los saltos de altura. ¿Piensa Sánchez que por haberle metido por la puerta de atrás en la Comisión Nacional de Seguridad puede confiarle su cartera, su pluma, su casa a Iglesias?
Noqueado por la crisis, como debe de estar, quizá no haya caído en cuenta de que los mismos que le encumbraron le sepultarán en cuanto no pueda satisfacer sus intereses. Y no parece que la liquidez vaya a ser abundante en los tiempos por venir.
La salida posible y razonable es, previa limpieza del patio, un acuerdo de legislatura con el centro derecha para recuperarse del cataclismo; en todos los sentidos.
Y poner el sentido común al servicio de los intereses generales de los españoles.
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