Tiene razón mi amigo Domingo cuando dice que Mortier nunca tuvo miedo a ser distinto, o a asumir riesgos. Quizá sea lo más preciso que he leído de cuantos comentarios han despedido al director teatral belga en la hora de su muerte.
Gerard Mortier dedicó su vida profesional a un género artístico que conjuga las bellas artes desde diversas perspectivas. Música, drama, poesía, canto, danza, actuación, escenografía… Hizo primar las artes escénicas sobre la música y su interpretación; desarticuló el repertorio para introducir a nuevos creadores; creó una red de colaboradores inexpugnable; convirtió en noticia los teatros que dirigió.
Su último empeño, el estreno mundial en Madrid de Brokeback Mountain, la versión operística de la película oscarizada sobre el amor homosexual en el lejano oeste, tuvo el éxito publicitario que pretendió con un patio de butacas cuajado de prensa internacional. Y poco más. La partitura atonal de Wourinen no produjo emociones, y el aforo no se cubrió.
Su afán por atraer a los teatros que dirigió públicos nuevos provocó las ausencias de otros. Más que una opción de disfrute y entretenimiento pretendió convertir la ópera en un motivo para el debate y la rebeldía, como el cine de mensaje o los cantautores de los años 60. Ese afán por épater le bourgeoisie le hacía despreciar el bel canto y gran parte del repertorio tradicional. Continue Reading ▶






