La obra de Genovés fue uno de los símbolos de la Transición..
Ya no cabe más. Ni la Pascua ha podido limpiar la montaña de basura que arrojan por su boca tantos (ir)responsables políticos. Las lluvias no han sido suficientes; el abismo es insondable al cabo de las dos legislaturas y pico del aventurero que se hizo fuerte en La Moncloa.
Todos llaman a todos a explicar lo que han o lo que no han hecho, como si no hubiera un mañana del que ocuparse. Un señor ministro encarga a sus funcionarios que lean cuanto se publica aquí y allá; prensa escrita, digital, radiada, televisada, incluso lo que está por ser publicado. ¿No es un escándalo más, desviar recursos públicos de los fines que tienen encomendados, sin ninguna utilidad para los ciudadanos?
Tremendo ministro capaz de decir imbecilidades tales como que sin la amnistía de 1977 Manuel Fraga no habría podido fundar el PP. O aquello de Execrable es lo del testaferro con derecho a roce, Isabel. Dimite. La cosa tiene más gracia recordando que en su primera declaración como ministro anunció vengo a gestionar, no a ser un gallo de pelea. Sublime.
Pero, en fin, todo esto no pasa de ser anecdótico. Lo sustantivo es la pulsión incontenible de destrozar a quienes desde el otro lado del muro tratan de cumplir el rol que sus electores les tienen encomendados. Del choque de trenes hay responsables diversos, pero en primera línea marchan quien ha hecho de la transparencia un laberinto indescifrable: el Gobierno sanchista.
Si no cegaran las vías de la realidad tal cual es no estaríamos en puertas de este cruce de comisiones de investigación que terminará mal, tan mal como con el sistema en llamas. La escalada sólo tiene un final previsible: el papel de la mujer del césar en los créditos, convenios, viajes, sueldos y gratificaciones, cuentas de pago y cobro, etc., por no hablar de la idoneidad del personaje para acceder a alguna de las funciones desempeñadas.
Más allá de las miserias actuales a todos convendría reflexionar sobre adónde puede llegar una sociedad dividida en pedazos dentro de sí misma. Hay que ser realmente indigno para no ocuparse en restaurar la convivencia entre los diferentes. Ahí radica la culpa de los dictadores; la gran responsabilidad de quienes conciben el poder como matriz a fecundar con su posesión.
La farsa que estamos viviendo no pasa de ser un entremés de la tragedia con que, a poco que se empeñen, terminaremos asombrando al mundo. Como lo hicimos hace cerca de medio siglo entrando hombro con hombro en una democracia sin adjetivos, o sea para todos. Lo llamaron Transición y sirvió de ejemplo a muchos. ¿Qué nombre merecería ahora la vuelta a las andadas?
Depuremos lo que sea menester pero vayan con cuidado, que la paciencia ya está colmada.
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