Conocí a María Corina hace poco más de diez años. Fue en Lima, hablamos durante un par de horas en un hotel del barrio de Miraflores, La Casa Andina, donde estábamos hospedados algunos participantes de la primera Bienal de Novela Vargas-Llosa. Más tarde volvimos a encontrarnos en Madrid.
Ya entonces, María Corina era el faro más potente en la lucha contra la dictadura chavista. Sufrió todo lo que cabe imaginar en esas circunstancias, y más. Cuando la vi aún tenía señales en la cara de la paliza que le propinaron diputados chavistas en el propio seno de la Asamblea Nacional, donde terminó escaleras abajo.
Recuerdo oírle decir que el honor más grande de un ciudadano es representar a su pueblo. Y recordaba que, en vísperas de tomar posesión de su curul, confesó en un mitin que la decisión que estaba tomando iba a marcar toda su vida.
Apenas pudo terminar; la Policía Nacional Bolivariana arrojó gases lacrimógenos sobre el público. Ella pudo zafarse de las agresiones y en una moto se dirigió a la Asamblea; la policía le impidió la entrada.
El presidente de aquella especie de parlamento, el capitán Cabello, declaró anulada la voluntad de un cuarto de millón de ciudadanos; había sido la diputada más votada en aquellas elecciones. Cuando hablamos, el Tribunal Supremo, a la orden de Gladys Gutiérrez, acababa de ratificar el atropello.
Fue hace diez años y pocas cosas han cambiado. En la presidencia sigue Maduro, por el momento, y Cabello, en todo lo inconfesable del narco Estado. Gladys Gutiérrez, la tercera persona de aquella trinidad, hoy es la embajadora en Madrid de aquel narcoestado.
Enfrente, en el lado bueno de la Historia, María Corina ha conseguido diez años después la confluencia de la inmensa mayoría de venezolanos que ha derrotado a la dictadura. Como el sátrapa advirtió diez días antes de los comicios, la derrota del chavismo, o el triunfo de la libertad, se está anegando en un baño de sangre.
Muerte, secuestros, detenciones, esa es la única hoja de ruta de los bolivarianos; nada ha cambiado. Nada salvo que se les terminó la cuerda. Con los bolivarianos pierden el resto de dictadores caribeños, pierde Putin, los ayatolás iraníes y, ya bajando de nivel, nuestros palmeros tipo Iglesias, Monedero, etc.
Y el expresidente Rodríguez Zapatero también pierde. Al margen de otros asuntos, ha perdido ya la poca vergüenza que tenía hipotecada.
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