¿Qué fue de tantos sueños perdidos, tanto progreso, tanta unión?
Si lo de Iglesias termina como las apuestas indican serán dos las víctimas de los enredos que se traían Arrimadas y Sánchez: los dos partidos representantes de aquella “nueva política” que resultó viejuna antes del descanso. Ciudadanos y Podemos pasarán a la historia, pequeñita, como factores de desestabilización en momentos de tribulaciones sin cuento.
De Arrimadas no hay mucho más que hablar. De hecho, todo estaba dicho después de la infausta administración que hizo de su triunfo electoral en Cataluña, hace unos años, y que acaba de pagar en las siguientes elecciones. Puro blandiblú.
Lo de Iglesias es harina de otro costal, o mohína mejor que harina para ser más preciso. Con las trazas que acostumbra, se ha mantenido un año y pico en el club más exclusivo del país, el llamado Consejo de Ministros; ciento noventa y ocho años de antigüedad. Pero el socio ha terminado harto, aburrido de no verse en las primeras páginas ni abriendo el prime time de las televisiones. Así no era el asalto a los cielos que predicaba a sus inscritos.
Y, además, ahora viene lo que sin duda llegará: más muertes y más paro. Pies para qué os quiero, ha dicho, y como el viejo que saltó por la ventana y se largó, el de la novela de J. Jonasson, Iglesias ha tomado el olivo. Lo hizo hace un año cuando, tres meses después de proclamar “asumimos esta tarea con el máximo compromiso” (el control de las residencias geriátricas y la distribución de 300 millones), dijo que él nada tenía que ver con esas residencias.
¿Pensaría ya entonces en saltar a la arena madrileña? Porque al responsabilizar a las autonomías de las veinte mil muertes registradas puso toda su vis actoral en contra la presidenta Díaz Ayuso. La propia televisión pública desmontó el embeleco: la incidencia en Madrid, un 37%, era menos de la mitad de las registradas por comunidades como Extremadura y Aragón.
Agua pasada, sí; pero ¿perseguirá algo más que librarse del ajuste que habrá de llegar? ¿Habrá soñado con sobrepasar al sanchismo en Madrid, o le importa todo una higa y vive para saciar ese extraño síndrome entre napoleónico y chavista, que le impele hacia las más altas cumbres? Después de romper el pacto de progreso asombra su capacidad para dictar al jefe del Ejecutivo cómo tiene que rehacer su Gobierno. Aunque más sorprendente es aún la humillación de Mi Persona acatándolo.
Iglesias se tomará como placer de dioses reventar cuanto se atraviese en su carrera hacia la urna. Comenzando por Gabilondo, si es que Mi Persona no descabalga a Ábalos como hizo con aquel titular de Sanidad de estéril sacrificio. Con el resto, ya se sabe: todos fascistas.
Un comunista oficiando de inquisidor sólo cabe en la España de la “nueva política” que hoy parece a punto de morir para descanso de propios y extraños, porque el espectáculo que estamos ofreciendo al mundo es como para que un francés nos dedique otra ópera. Bufa, naturalmente, en la que sobre la arena de la plaza de Galapagar, un nuevo Escamillo, ahora de moño, barba y pendientes, culmina su faena con el heroico salto de la rana de El Cordobés.
Los aires de fronda que se han levantado tal vez limpien los restos de lo vivido como una pesadilla. Con mayor inteligencia de la empleada durante muchos años podría reconstruirse el bipartidismo imperfecto con el que el país se las arreglaba bastante bien. ¿O no?
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