Siguiendo el conocido principio de acudir prestos en auxilio del vencedor llevamos dos días de loas y parabienes a un Gobierno construido para quitar miedo, poner imagen donde no la había y repartir ministerios por cada región, que vienen las autonómicas.
Lo que merecería una explicación que nadie pide es el por qué crece en un 30% el Consejo de Ministros, siete sillones dedicados a cuestiones económicas. La cosa no tendría mayor trascendencia si las carteras ahora escindidas se repartieran los fondos presupuestados, por ejemplo Cultura y Deportes.
Como tampoco sería grave si no creciera en la misma proporción ¡30%! el número de directores generales, subdirectores, asesores, gabinetes de comunicación, etc. que habrá que alimentar con nuestros impuestos.
Pero lo cierto es que hay mucha militancia que ganarse para seguir haciendo y deshaciendo lo que haga falta para mantenerse en el machito. Y además están los socios del asalto a los cielos, que también pedirán lo suyo, siquiera en niveles más velados.
Sánchez se está deslizando con aplomo por el filo de una navaja cachicuerna. Verá riesgos por uno y otro lado, como es natural cuando no se tiene la autonomía precisa para mantener el equilibrio. Y especialmente por su flanco izquierdo. Ahí, en los escollos de la pléyade antisistema, es donde se juega que su aventura dure unos meses o perdure otra legislatura.
Por encima de distintas cuestiones, Sánchez sabrá que las alarmas que puedan encenderse a su derecha se apagarán si el sistema entra en peligro; porque él forma parte del mismo equipo.
Con esa carta ganadora en la manga no tuvo remilgos a la hora de buscarse los aliados que consiguió para desalojar a los populares del gobierno, al tiempo que se reiría para sus adentros de lo del gobierno Frankenstein que le echaban en cara Rivera y Rajoy.
Sólo un paso en falso sobre la cuestión catalana convertiría esa carta en papel mojado. La sedición no se negocia como se negociaba el final de ETA. La sombra de una Yugoslavia rota en seis repúblicas soberanas e independientes, seis y media con Kosovo, no es tan lejana. El nacionalismo provocó guerras hasta este mismo siglo, y en nuestro propio continente.