Qué engañada, o qué embustera, Le Pen cuando en la aceptación de su derrota dijo que había ganado la continuidad. ¡Pero alma de cántaro, si Macron representa el cambio, la ruptura del estatismo, la liberalización, el final de la perezosa rutina que ha terminado arruinando a Francia hasta partirla en dos!
Ganó el cambio, y si el joven presidente pudiera consolidar en dos meses un equipo de gobierno capaz de abrir los frentes anunciados, Francia comenzará a ser respetada. Primero por los propios franceses, y además por el resto del mundo. Ahí está el primer desafío que Macron tiene delante. Un presidente sin partido, un político sin raíces conocidas pero por ello abierto a todo, está llamado a ser el primer presidente que navega entre orillas hasta ahora poco practicadas. ¿Con qué gobierno? Esa es la cuestión.
La política que se abre a nuestros ojos no es tanto producto de la vieja dialéctica izquierda-derecha como de populismo versus democracia representativa. En la vecina república la división es clara: 65%-35%.
Tras Macron han marchado conservadores, socialdemócratas europeístas y los escasos liberales que allí anidan. Con Le Pen, desde la derecha fascistoide hasta los bolivarianos nutridos por “Le Monde Diplomatique”, todos ellos bajo la bandera estatista del populismo más reaccionario. Una tropa que disfraza su conservatismo con el disfraz antieuropeo al gusto de la Francia más castigada por la crisis y la globalización mal asimilada.
El triunfo de Macron pone los puntos sobre otras íes: los mejores no salen de las primarias. Es más, las celebradas en los partidos tradicionales sirvieron para nominar a candidatos fracasados, incluso de antemano.
Que el socialismo español ande pendiente de ese trampantojo es lamentable. En el altar de las primarias el PSOE está dando palos de ciego a todo lo que se mueve, incluso jugando con las cosas de comer, como los PGE. Es absurdo ese tímido navegar entre Susana y Pedro como si fueran Escila y Caribdis, aquellos monstruos mitológicos que amenazaban el paso de la nave de Ulises por el actual estrecho de Mesina.
Alguien, con mayor fundamento de lo que se estila, debería denunciar las primarias como un atentado contra la democracia representativa. ¿Para qué eligen las asambleas locales y congresos partidarios a sus órganos de gobierno? Si cada decisión pública ha de someterse a la base militante sobran cuadros, estructuras y todo lo demás que tan caro cuesta a los contribuyentes.
El principio de representatividad es el único proceso democrático para la toma de decisiones; una garantía de civilización. Lo otro, trasladar al ciudadano lo que deben resolver los políticos, es una mera añagaza. El resultado final suele acabar siendo el buscado por el convocante de la consulta, salvo casos de estupidez manifiesta, como el de Cameron, el padre del Brexit. Por cierto, salido de unas primarias entre los tories británicos.