Hasta el resto ha puesto sobre la mesa, pero no le salen cartas. Recuerda con nostalgia la investidura que pudo ser y no fue.
Erramos al imaginar un país dividido entre izquierdas y derechas; en nuestros días nada es lineal, la transversalidad de que tanto hablamos no pasa de ser una metáfora. En realidad hay cuatro dimensiones, pero sólo caben dos en el papel sobre el que pergeñamos aquel sueño.
El partido está partido, doblada por la mitad su base electoral, ha descendido hasta el subsuelo. No todo se divide entre derechas e izquierdas; hay integrados en el sistema y apocalípticos antisistema; españoles que quieren seguir siéndolo y otros que no, o que viven de decir que no quieren seguir siéndolo. No he sabido ver la complejidad.
Con la experiencia de estos últimos meses he visto lo difícil que resulta conjugar la diversidad; la sociedad es una suma de diversas partes interrelacionadas, incluso interdependientes, pero algunas inadaptables al conjunto; ¿nosotros quizás?
Nos estamos quedando fuera de nuestras casillas habituales; ¿estaremos a punto de ser irreconocibles para nuestra propia gente? Me resisto a creer que esa sea la razón de la pérdida de votos, pero en algo debemos de estar fallando porque la realidad va por ahí.
Quise devolver al partido el sitio que le corresponde, el que mantuvo durante los años de Felipe, aquellos ochenta de la transición; no he podido. La herencia de Zapatero me ha pesado a mí tanto como a Rajoy. Y mira que me han dado oportunidades los ajustes y la corrupción de los populares; tanta que ha tapado nuestras vergüenzas andaluzas. Aunque me parece que aviada va a estar Susana si quiere levantar bandera…
Por ello me la jugué en enero yendo a por la Presidencia del Gobierno; era la forma de volver a manejar las palancas del poder, dar trabajo a los cuadros que me han ayudado y a tantos otros militantes. Pero no contaba con la pinza; Iglesias repitiendo la jugada de Anguita con Aznar, extraños compañeros de cama, y Rajoy no atendiendo los requiebros de Rivera. Me falló el Ciudadano, se pasó insultándolo antes de pedirle el favor de su abstención.
Tengo difícil salida. Si cedo me desdigo, pero si no, cargaré con el mochuelo de la inestabilidad y el bloqueo. ¿Hasta cuándo resistirá el tinglado de Ferraz? Ya no veo la posibilidad de salir por la puerta grande; la retirada podría ser un gesto de grandeza, sobre todo frente al impávido Rajoy.
¿Dimitir o ser dimitido?, he ahí la cuestión.