No la chaqueta, no; sólo cambio de corbata. El candidato socialista decide seguir el juego del travestismo iniciado por su competidor, el de la nueva socialdemocracia, y para confundirse más con el paisaje impuesto por el de la coleta decide adornarse de morado. Oiga, esto pasa de castaño oscuro.
Que en su desfachatez Iglesias se haga el sueco entra dentro de lo que se espera del personaje. Nadie más rápido para pasar de la Venezuela bolivariana a la Dinamarca de Borgen; del Caribe caliente a los fríos nórdicos en un pis pas. Si “París bien vale una misa” que dicen que dijo el hugonote Enrique de Navarra antes de llegar a Enrique IV, para Iglesias todo vale para asaltar el cielo; papista de Francisco, socialdemócrata como Valls o solidario como el padre Ángel. Y al caer puede estar su denuncia a Maduro acusándole de haber prostituido el chavismo que él y su tropa ayudaron a nacer. Lo que sea preciso; todo por un voto.
Pero que Sánchez caiga en el jueguecito… ¿Trata acaso de vivaquear en los terrenos de los indignados por ver si alguno le sigue con el trapo morado colgado del cuello? Curiosa forma de defender la socialdemocracia. Las consignas lanzadas desde los arúspices socialistas auguraban una toma de posiciones rotunda en defensa del patrimonio histórico del partido refundado por González. La primera plana del diario amigo así lo aseguraba ayer mismo. Pero Sánchez prefirió seguir a lo suyo: echar la caña en la charca revuelta por el podemita por ver si algo cae.
Dicen que está arrepentido de su pacto de legislatura con Rivera. Pensó que así los populares se abstendrían en la investidura; craso error. Nadie en su sano juicio y conocedor de su bagaje e intenciones dejaría a Sánchez el paso franco a la gobernación de este país. Iglesias sí, pero para evitarse ese dolor está luchando por sobrepasarlo y ser él quien tienda la mano al candidato de Ciudadanos en la breve legislatura pasada.
Y mientras las tertulias comentan los flecos de esta chusca política, en España está cuajando un nuevo sistema que nada tiene de chusco: el gobierno de los jueces. Tarde o temprano los políticos rinden cuentas al contribuyente, tanto ante las urnas como en el seno de las instituciones o de sus partidos. Pero ¿ante quién responden jueces y fiscales que no dudan en mandar a la Guardia Civil a pedir datos a empresas y particulares que por conductos ordinarios ellos mismos podrían solicitar?
El precedente italiano es digno de ser tenido en cuenta: las mani pulite acabaron con todos los partidos del sistema. La solución llegó a los seis años: la Forza Italia de Berlusconi. Como para pensárselo.