Los jinetes del pequeño apocalipsis vivido por el país en los últimos cuatro meses llegaron destrozados a la meta. Cabalgaron todo el invierno para volver al punto de partida sin que nada hubiese habido. Los tres, socialistas, podemitas y ciudadanos, se apearon de sus respectivas cabalgaduras pensando que el público reconocería sus esfuerzos para sacar un Gobierno de los restos que dejaron los comicios de noviembre. La mayoría piensa lo contrario, indican los primeros estudios de opinión.
Lo paradójico es que quien dejó el corcel en las caballerizas sale más airoso del trance. En contra de lo que sus rivales le imputaron parece que no fue tan mala estrategia la de quedarse a verlas venir. Corrió ciertamente un peligro, la formación de un gobierno frentepopulista en la última semana del calendario. Le salvó el factor humano. Indudablemente Rajoy lo valoró mejor que los tres personajes empeñados en echarle; que ese era su único punto de encuentro.
Muy mal tienen que marchar las cosas para que la mera negación del otro constituya la clave propositiva de un partido aspirante a gobernar. Más allá del oropel de acuerdos de trescientos puntos, o de los veinte de última hora, la base argumental del debate, o del cargante vodevil sufrido, fue tan ambiciosa como “sacar del gobierno a Rajoy y los populares”.
Sánchez y su socio Rivera lo repitieron activamente en cada salida a escena, y por pasiva para animar a Iglesias a sumarse al empeño: sacar a Rajoy de la Moncloa. Y, como debieron haber temido, Iglesias les devolvió el desafío reclamando su entrada en el paraíso del “histórico acuerdo”. Toda una política de altura la que siguieron fielmente… y hasta hoy mismo suguen.
Aquello de que “se puede engañar a todo el mundo algún tiempo; a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo” que Lincoln sentenció y Kennedy repitió, viene que ni pintiparado para explicar la reacción del personal encuestado.
Porque cuando el esfuerzo se revela inútil cabe pensar en que o no se puso el empeño preciso o que se trataba de una añagaza para conservar los puestos de partida, caso de Sánchez, o en el de Rivera ganarse la imagen centrista que su socio le negó durante la campaña electoral. Lo del podemita es harina de otro costal. Lo suyo va de hacer saltar la banca socialista mientras continúe en las torpes manos de quien hoy está.
Demasiadas carencias y poca entidad. Ninguno de los tres actores principales superaría las pruebas aludidas por el gran Cervantes en su entremés “La Elección de los alcaldes de Daganzo”: “Que, pues se hacen examen de barberos, de herradores, de sastres y se hace de cirujanos y otras zarandajas, también se examinasen para alcaldes, y al que se hallase suficiente hábil para tal menester, que se le diese carta de examen con la cual podría el tal examinado remediarse”.
Calados ya los tres aspirantes a desencajar el país reformista y progresistamente, o mucho cambian las cosas o dentro de dos meses el PP, con Rajoy y sin Rajoy, será bendecido con el voto útil de quienes piensan que con las cosas de comer, mejor no jugar. Se lo han puesto muy fácil, demasiado quizá como para atascar la puesta a punto que los populares necesitan.