«A ver si al final el problema va a ser que el señor Rajoy se ha borrado, porque le dijo no al Rey, y ahora no quiere que gobierne nadie«. La frase no es precisamente de las que hacen amigos. Ni tampoco el camino mejor que Rivera podía elegir para conseguir la abstención de los populares en la investidura de Sánchez. La carta en que pedía a Rajoy una reunión urgente para explicarle el acuerdo PSOE-C’s ha tenido rápida respuesta: mejor nos vemos el 7 de marzo, una vez pasadas las votaciones…
En la trama del espectáculo que durante los dos últimos meses vienen interpretando los responsables (?) políticos ya comienza a entreverse el desenlace. Después de una larga introducción en la que los actores, una vez superado el estupor ante los papeles asignados fueron mostrando su impericia, comenzó el desarrollo de diversas acciones hasta que el nudo alcanzó su cénit con la firma entre el segundo y cuarto galán de su “acuerdo histórico”.
A partir de este parto de los montes (”…en la tierra había enorme expectación / pero el monte parió un ratón…”) la acción deja paso a un desenlace aún abierto, pero con tantos descartes y otros gestos como para suponer que todos quieren que vuelvan a repartirse las cartas.
La incógnita está en el factor humano, siempre sorprendente, pero que no arredra a los responsables (?) políticos. Unos por sus entradas y salidas de escena y otros por sus mutis parece como si todos confiaran en que la segunda ronda podría depararles mejor suerte.
Con esas mimbres los mandamases socialistas y ciudadanos han tratado de consolidar su imagen de pactistas, reformistas, progresistas y demás epítetos de la corrección política del momento. Con las mismas artes otros han apostado por afianzar su radicalismo, inconformismo, leninismo y otras notas anti sistémicas.
¿Y en qué está Rajoy? Quizá más que en el lejano 26 de junio piense en abrir una segunda partida en la semana siguiente al previsible fracaso de Sánchez y Rivera. Asuntos como la sedición nacionalista, el paro y los ajustes pendientes, por ejemplo, reclaman un acuerdo de verdad sin problemas de aritmética parlamentaria. Lo notable de la situación es que en esta nueva ronda los invitados a la mesa habrán de ser los mismos que hasta ahora han tratado de apestados a los siete millones doscientos quince mil setecientos cincuenta y dos votantes populares.
O no, como el personaje acostumbra a relativizar sus sentencias.