La última ocurrencia de Sánchez es letal para la democracia. Puede aliarse con quien quiera antes de que en mayo el Congreso de su partido le cobre su histórica derrota electoral. Pero no todo vale para alcanzar el poder. Hasta trepar por la cucaña tiene sus reglas. Confía en que cuando le vean en la cabecera del banco azul tal vez olviden de que en el camino perdió veinte diputados, y sus socios, Podemos, le pisan los talones en las urnas.
Sí, Sánchez quiere ser presidente a cualquier precio, incluso al de cargarse su partido. La maniobra de apelar a las bases sorteando así al Comité Federal no es propio de un partido serio. No lo hará, pero Sánchez debería explicar por qué un socialdemócrata defiende la democracia asamblearia, la de Iglesias, las mareas y demás. Porque la Nación y su Gobierno son cuestiones bastante más complejas que el Concejo Abierto de un pequeño municipio medieval español.
Consta en los Estatutos del PSOE que el Comité Federal es el máximo órgano del partido entre congresos, y que a él corresponden las decisiones trascendentes en esos períodos, como la designación de candidato a la presidencia del Gobierno, elaborar y aprobar los programas electorales nacionales, o “determinar la política de alianzas del partido” (art. 36, i).
La apelación a las bases que el sábado se sacó de la manga es difícil de rebatir -¿quién puede oponerse a eso de “que hable la calle”?-, sobre todo cuando el fullero “es uno de los nuestros”. Pero cargarse de un plumazo el principio de representación que caracteriza a la democracia de nuestro tiempo es demasiado como para tragárselo por parte de los representantes burlados. Y también por cuantos ciudadanos aspiramos a vivir libres en una democracia parlamentaria.
Por la misma razón de tres, este candidato a presidir el gobierno de España podría un buen día acallar al Congreso de los Diputados y al Senado a golpes de referéndum. O, por qué no, acabar dando vía libre al derecho a decidir que recaman sus eventuales consocios.
Y puestos a hacer hablar a la calle, ¿por qué quedarse en la militancia y no dar voz y voto al conjunto de los votantes? Porque son los electores quienes realmente le apoderan para encargarse de sus asuntos. Claro que consultar a los electores es lo que se llama convocar elecciones; demasiado riesgo para quien va caminando por el filo de la navaja.
La apelación a las bases es lo propio de los caudillos. Hoy son más los leninistas, que manejan sus mesnadas desde el centralismo democrático: la minoría dirigente sin más controles organizados que el del culto al mesías. Y tienen la desfachatez de presumir de demócratas. Vaya, lo de Podemos.
¿Realmente a eso aspiran Sánchez y demás mandamases del actual partido de los socialistas?