Y van dos, malos tiempos para populismos

 

Kirchner, Maduro, Rousef

Kirchner, Maduro, Rousseff…

El cambio  -el de verdad, no del que hablan aquí los aspirantes- ha comenzado por abajo. Es como suelen hacerse las cosas que terminan bien. Argentina dijo adiós al peronismo; los argentinos dejaron a un lado lazos clientelares, subvenciones y el cambalache y votaron a un ingeniero liberal. Insólito, pero así ha sucedido aunque no acabe de creérselo el último vestigio justicialista, la viuda de Kirchner, quien se resiste hasta el último minuto a pasarle banda y bastón presidenciales a Macri.

Algo así tenía que ocurrir; el esperpento llevado hasta el último momento, hasta la mismísima salida de escena; fin del enésimo acto del drama que millones de argentinos han venido representando desde los años cuarenta con Evita, María Estela/Isabelita y Cristina como primeras actrices.

Los argentinos han dado sobrada prueba de su capacidad de adaptación a las circunstancias y de superación de obstáculos e incertidumbres sin cuento. Pero han sido demasiado los años de gobiernos populistas como para salir indemnes de esa subespecie de fascismo criollo que con acentos diversos ha florecido en el continente suramericano. No les será fácil la andadura por otras vías.

Pocas semanas después un remezón sacudió los cimientos de otro sistema populista, éste de corte caribeño-marxista. Los venezolanos tardaron menos en decir hasta aquí llegó el cuento; década y media.

Las escuelas y misiones bolivarianas, el servicio médico cubano, las casas populares y la demagogia del “exprópiese” compensaron el coste de la pérdida de libertad para la gran mayoría que nunca disfrutó de ella. Hasta que las despensas criaron telarañas y el supremo sacerdote bolivariano no pudo contener el hambre.

Ambos casos, tanto el peronismo como el chavismo, partieron de sendos golpes de Estado. Aunque hasta 1946 no alcanzó la presidencia en unas elecciones, el coronel Juan Domingo Perón participó en el golpe militar que cuatro años antes derrocó al conservador Ramón Castillo.

En Venezuela, fueron seis los años que transcurrieron entre el golpe de Estado contra el presidente socialista Carlos Andrés Pérez en que participó  el comandante Hugo Chávez y su llegada a la presidencia en las elecciones de 1998. Frustrado el espadazo, Chávez pasó dos años en prisión hasta que fue indultado por el presidente Caldera.

También en ambos casos el mestizaje es característica común de sus fundamentos ideológicos, siempre atemperados por una demagogia totalizadora.

El peronismo, justicialismo, kirchnerismo y demás variantes hunde sus raíces en el fascismo italiano que Perón conoció siendo embajador en la Roma de Mussolini, en la falange joseantoniana y en el movimiento franquista. El chavismo,  en el castrismo cubano y posteriores aportes marxistas revisionados por la progresía europea y universitarios como los que aquí levantaron Podemos.

Y como suele ocurrir en los regímenes carentes del contraste de la oposición real y donde el poder político atenta contra la libertad de información, además de las penurias y falta de horizontes, la corrupción ha sido un elemento importante en el rechazo a ambos sistemas.

El mundo bolivariano, Cuba incluida, ha sufrido un serio embate. Depende de sí mismo pero cada día está más aislado. Y atención a Brasil, donde la corrupción ha horadado demasiadas instancias de poder como para que nada pase.

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Posted miércoles, diciembre 9th, 2015 under Política.

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