Hay sinvergüenzas embarcados en la escatológica tarea de denigrar una realidad objetiva, España, una nación en el mundo, con un mixtura de mitos, ideologías y opiniones que vayaustedmirequécasualidad niegan la dimensión fundamental del individuo y su carácter trascendente como pilar (nunca mejor dicho) del frágil pero majestuoso puente del Hombre hacia la libertad, el progreso y el amor fraterno.
Y todo ello en aras de nosesabemuybienquécojones de derechos de pueblos o colectivos que siempre han acabado en manos de desalmados como los que tiñeron de sangre la Europa de los años 30 y 40 del pasado siglo.
Es la reflexión que suscita el penoso espectáculo de los centenares de comparsas que ayer vociferaban estupideces ante el tribunal superior de Cataluña que tomaba declaración a unos funcionarios que se mostraron incapaces de arrostrar sus responsabilidades.
Un ensayo general con todo antes de cubrir un par de días después la cara y espaldas de Mas, el aprendiz de brujo que les puso a barrer Cataluña sin saber cómo pararles, y que ante los jueces volverá a escaquear la realidad de su felonía.
Qué otra cosa cabe esperar de aquel Moisés que pasó de exhibir como las tablas de la Ley un referéndum hasta definir aquello del 9-N como una simple toma de temperatura, después de hablar de mera consulta ciudadana; es lo que tienen los valientes de papel cebolla.
Lo de ayer, mañana y pasado viene a demostrar una vez más es que poco cabe hablar con quienes se escudan tras sentimientos etnocéntricos para no atender a la razón de la realidad.