Plácido Domingo

 
En La Tercera de ABC publiqué ayer
un texto La Tercera. PDsobre Plácido Domingo como
ejemplo de conducta ejemplar en una
sociedad escasa de valores como el esfuerzo,
laboriosidad, la excelencia, o el mérito.
Su reconocimiento abriría nuevos horizontes
en una sociedad carente del espíritu emprendedor
que caracteriza a los hombres libres.

 

 

Plácido Domingo

 

No es el nuestro país de honores. Por no honrar, ni la bandera recibe el tratamiento merecido como símbolo de la Nación. No hablemos del himno nacional, la Marcha Real vacía de palabras con que expresar sentimientos más profundos que el “chun-ta, chun-ta” con que tantos acompañan los compases de la vieja Marcha de Granaderos. Los dos siglos y pico transcurridos desde su establecimiento como tales por Carlos III, no ha resultado tiempo suficiente como para ser respetados.

Algo similar está ocurriendo con hitos históricos, como la Transición de los años setenta que alumbró la Constitución de la concordia. La erosión del paso del tiempo, los abusos cometidos a su amparo y el torpe manejo de que ha sido víctima a lo largo de estos cuarenta años han puesto en entredicho aquella conquista de las libertades ciudadanas, más costosa y por ello valiosa de lo que ahora puedan suponer sus detractores.

Y qué decir de quienes destacan por valores que les hacen ser admirados a lo largo y ancho del planeta. Científicos, creadores, artistas, deportistas, muchos son los ámbitos de la vida social en que brillan españoles allá donde se cultiva el talento. Uno de los más relevantes es Plácido Domingo, músico, intérprete, gestor cultural y, sobre todo ello, persona de bien.

El madrileño nacido en la calle de Ibiza hace setenta y cuatro años recorre medio mundo llevado en volandas por seguidores y admiradores de su magisterio en el campo operístico, fundamentalmente. Su trayectoria vital constituye un ejemplo de esfuerzo, laboriosidad y entrega a una vocación vivida para alcanzar la excelencia. Virtudes todas ellas no precisamente arraigadas en la sociedad de nuestros días.

Una carrera profesional como la de Plácido Domingo no es fruto del azar, la suerte ni ningún otro embeleco con que se engañan tantos jóvenes talentos en potencia, confiados en que acabará siéndoles regalado lo que creen merecer.

Refiriéndose a su formación, hace algunos años reconoció en una entrevista publicada en el Sunday Times, “muchos colegas, como Pavarotti y Kraus nacieron tenores; comienzan a cantar y la tesitura está ahí”. Lo suyo fue arduo; había nacido barítono y hubo de trabajar sin descanso para ensanchar su voz natural hasta alcanzar la de tenor.

Si el joven Domingo se hubiera quedado en México cantando operetas y zarzuela en lugar de dedicar dos años de su vida a la ópera de Tel Aviv para trabajar el repertorio clásico; si además de canto no hubiera estudiado piano, composición y dirección de orquesta, o no hubiese trabajado a fondo la psicología de cada uno de los ciento cuarenta personajes que durante más de cincuenta años ha interpretado en media docena de idiomas, no sería Plácido Domingo.

Y tal vez en el mundo de la lírica no habría cuajado la pléyade de intérpretes salidos del concurso Operalia que patrocina desde hace veintitrés años. Hoy los Joseph Calleja, José Cura, Joyce DiDonato, Elizabeth Futral, He Hui, Ana María Martínez, Erwin Schrott, Nina Stemme, Rolando Villazón y un largo etcétera, protagonizan las temporadas de los principales teatros del mundo. Y comenzarán a cuajas las jóvenes promesas que se ejercitan en el centro de perfeccionamiento que apadrina con su nombre en la ópera de Valencia.

Como tampoco habrían sido rescatadas del olvido partituras desempolvadas por Domingo en los últimos veinte años, o inspirado otras obras contemporáneas que Gian Carlo Menotti, Moreno Torroba, García Abril o Tan Dum crearon pensando en su interpretación.

La ejemplaridad, una de las obligaciones que conlleva la relevancia pública, es mercancía demasiado valiosa en estos tiempos como para no ser puesta en valor por quienes tienen capacidad para hacerlo. ¿Qué esperan la sociedad española y sus instituciones para rendir homenaje al hombre que sigue trabajando a sus setenta y cuatro años con la energía y proyección con que continúa haciéndolo Domingo?

Modela su carrera, ahora volcada a la dirección y vocalmente en la tesitura de barítono, conforme a la evolución natural de su voz. Curiosamente, estos días canta en Madrid la misma aria para barítono de Andrea Chenier, “Nemico della patria”, con que se presentó a su primera audición para ingresar en la Opera de México en los años cincuenta del pasado siglo.

Y a México, su segunda patria, ofreció medio año de su vida, sacrificando su carrera, para trabajar en la recuperación de los efectos del terremoto que lo asoló en 1985.

No son la solidaridad, ni la laboriosidad, ni la preocupación por la obra bien hecha virtudes cardinales de nuestro tiempo. ¿No merece la pena dedicar mejores esfuerzos en mostrar conductas ejemplares a una sociedad escasa de valores? Ejemplos como el suyo tienen la fuerza precisa para abrir nuevos horizontes a una ciudadanía asténica, fatigada, carente del espíritu emprendedor que caracteriza a las sociedades libres.

Una sociedad que asiste impávida a la deconstrucción del sistema que más libertad, paz y progreso ha proporcionado a los españoles; un sistema que con todas sus falencias ha permitido recuperar buena parte de lo perdido por la gran crisis del siglo, mientras que otros siguen hundiéndose en ella.

¿Para cuándo un homenaje nacional a Plácido Domingo, que abra a la luz y nuevos aires las ventanas de esta vieja casa nuestra, tan encerrada últimamente en sí misma?

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Posted jueves, julio 30th, 2015 under La Tercera de ABC, Política, Sociedad.

One comment so far

  1. Mariano Aniceto Romo says:

    Ya está haciéndose tarde.
    Desgraciadamente, qué caro se hace en España reconocer lo excelso!

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