Al término de esta semana quizá sepamos algo más de la consistencia real de la opinión pública, aparentemente confundida entre tantos partidos y partidas presentes en los escaparates de los medios.
Sería extraño que esa aparente confusión no fuera real. Comenzando por lo que los contendientes emiten en sus respectivas campañas. De elecciones locales, es decir, para elegir a los mejores gestores de municipios y comunidades, tienen bastante poco. Parece como si a los partidos les interesaran las instancias locales únicamente como trampolín para el gobierno de la Nación.
Efectivamente, el control de los resortes locales supone una de las plataformas más sólidas para dar el gran salto hasta el banco azul del Congreso. Así ha venido ocurriendo en varias ocasiones, lo que no es suficiente para convertirlo en axioma. ¿Alguien realmente piensa que la marea bolivariana que los sondeos han pronosticado llegará a fin de año a copar las urnas en las elecciones generales? Y la misma pregunta cabe hacerse referida a la otra partida emergente, la del ciudadano Rivera.
Cierto es que muchos de los votantes populares y socialistas echan pestes de los partidos que hasta ahora han sido sus referentes. Los millones de ciudadanos que se sienten estrujados por la crisis reniegan tanto de los que la propiciaron como de los que han administrado el ricino para superarla. Es natural.
Y más aún si durante ella, lejos de aunar esfuerzos y dar ejemplo del patriotismo que se les supone, los partidos se dedicaron a pelearse poco menos que como verduleras, con perdón de éstas. La conjunción de esa incapacidad para mostrar el debido respeto a los intereses generales y, en sentido contrario, la capacidad exhibida para despeñarse por el tenebroso mundo de la corrupción han provocado lo que tenemos.
Hoy es ya el ayer de mañana. Las últimas elecciones, las europeas, ya mostraron que nada parece ser como antes. En aquellas era prácticamente gratis castigar al poder, incluida la oposición institucionalizada; en las del próximo domingo se juegan intereses más cercanos, pero tampoco fundamentales a los ojos de muchos. Lejos de haberse saciado, las ganas de castigo siguen pesando en muchos. Y los castigados no han hecho nada para salvarse de las picotas en que se hallan expuestos.
Tal vez muchas cosas cambiarían si unos y otros jugaran al bonito juego de las verdades. Y después alguien se dejara de historias y lanzara la pregunta que conviene hacerse ante cualquier elección: ¿confiaría su cartera a ese individuo?