El putsch de los coroneles populares contra Rajoy es prueba de que los tiempos están cambiando; no siempre es cierto aquello de que la victoria tiene cien padres pero la derrota es huérfana. Los populares han reaccionado como nunca lo hicieron. Achacan la pérdida del imperio local que ostentaban a la dejación del poder que simboliza la frialdad de su presidente. Comienza la renovación.
Pero la regeneración no parece que vaya a ser lo que era. Si las elecciones del domingo han servido para que el PSOE vuelva a poner en la presidencia de Cantabria a mi amigo Revilla con la pasividad o apoyo de Podemos, por poner un ejemplo, la regeneración habrá pasado de valor necesario a ser un mero sarcasmo.
La arena política, el gran ruedo nacional en que se han lidiado durante más de tres décadas ideas, intereses y toda suerte de apetencias, se ha transmutado en un plató a la hora del casting del que saldrán los protagonistas de la teleserie para la próxima temporada.
El pueblo llevó a los candidatos hasta la puerta de la sala, hasta ahí llegó su poder. Lo que ahora suceda, la selección del cuadro de actores principales, es cosa de los productores y sólo de ellos. Y el juego de sus influencias, y capacidades para generar rentas futuras, determinará el reparto final de los papeles estelares; el llamado poder.
Pero el poder es poder en cuanto que se ejerce. El poder no se tiene si no se utiliza para alcanzar los objetivos de quien ha llegado a la situación de poder ejercerlo. Y ese ha sido uno de los grandes errores del presidente Rajoy.
Pero más allá de probar que no siempre vale aquello de “Es la economía, estúpido” va a resultar de sumo interés analizar dentro de cierto tiempo cómo se han conjugado los diferentes objetivos estratégicos de los partidos dispuestos a pactar las parcelas que las urnas han abierto al cambio de apoderados en municipios y comunidades.
De momento está claro que su interés primario es tan elemental como despojar al PP de resortes de poder. ¿Y a partir de ahí? En principio no parece sencillo que en Madrid, otro ejemplo, una vez desalojada la representante de Rajoy, 21 concejales, los 9 de Pedro Sánchez y los 20 de Pablo Iglesias remen a una misma voz de mando para llevar la nave… ¿a dónde?
El poder ¿para qué? La respuesta de Podemos, ya sin necesidad de camuflaje, es clara; lo tienen publicado y confirmado. La del PSOE es una incógnita, más allá de la simpleza de arrebatar palancas electorales al PP. Y seguirá siéndolo mientras no reconozcan que siguen en caída libre desde los tiempos de Zapatero.
En los últimos ocho años, los socialistas han perdido dos millones ciento cincuenta mil votos, diez puntos porcentuales. Y la gran debacle del 2011 lejos de haber sido superada sigue coleando; en los cuatro últimos perdieron seiscientos setenta mil y dos puntos y medio. La confusión con Podemos puede contribuir a acelerar la caída, como la sufrida por la franquicia catalana a raíz de sus escarceos con el nacionalismo. Qué cierto es aquello de que las elecciones no se ganan; alguien las pierde.
Este país corre más riesgos de los naturales si las dos corrientes sociopolíticas mayoritarias se sienten ajenas a sus agentes políticos.