Salvando las distancias que las vidas humanas suponen, el jueves último, 16-A, podría pasar a la pequeña historia política de nuestros días como una reedición de aquel 11-M que depositó doscientos cadáveres a los pies de las urnas. Los efectos de la implosión provocada por la Agencia Tributaria puede reducir a escombros los muros del PP y revocar los méritos del gobierno que salvó al país de la bancarrota.
Pocos ejemplos más claros de lo que es una implosión. Acción de romperse hacia dentro con estruendo las paredes de una cavidad cuya presión es inferior a la externa, dice la RAE. Y también, aplicado a la astrología, fenómeno cósmico que consiste en la disminución brusca del tamaño de un astro. Tal cual.
El hartazgo producido en la sociedad por la corrupción ha superado todas las prevenciones que los partidos gobernantes hayan podido albergar, y éste, el de los populares, termina pagando las consecuencias hasta convertirse en sombra de lo que fue. Según las encuestas la jibarización también afecta a sus predecesores socialistas.
Los torticeros movimientos de Rodrigo Rato para poner a salvo el peculio familiar, huérfano de gestor tras la muerte de su hermano Ramón hace tres años, no tienen justificación. Y menos agravarlos con un presunto alzamiento de bienes para eludir sus responsabilidades pecuniarias en los procesos abiertos tras su presidencia de Bankia.
El caso parece sacado de aquellas tragedias griegas en las que los dioses vuelven locos a quienes quieren destruir. Los excesos, la desmesura que acaba, o comienza, nunca se sabe, formando parte de su destino son causa de las acciones más insólitas. Y el personaje termina despeñándose de su mitológico paraíso cuando hace lo que no se puede hacer.
Ese fue su error fatal, querer hacer lo que no se puede hacer; cosa que de estar en sus cabales Rato debería saber mejor que nadie.
La imagen de su trayectoria pública en los gobiernos del primer rescate de la economía española y su entrada en el Euro, 1996/2004, era de las pocas con en las que este país podía verse satisfactoriamente reflejado. Su salida sin causa del FMI y el destrozo de Bankia han sido los peldaños previos a la caída por una pendiente sin fondo.
En la opinión pública la repercusión del asunto es demoledora; sí o sí. Es demasiado relativa la presunción de que el aparatoso destape del escándalo protagonizado por un ex dirigente del PP transmita la determinación del Gobierno para limpiar al país de corrupción caiga quien caiga. Aplicada hace tres años sobre aquel cajero propio sin vergüenza, pena de acogotamiento incluida, tal ver hubiera podido cumplir ese efecto; hoy es tarde, y el personaje zarandeado no es un cualquiera.
Avisos previo a los medios del cerco a la presa, filtraciones de expedientes sin contraste… todo se ha producido demasiado teatralmente y en fechas muy singulares; tanto por su proximidad a las urnas de mayo como para arropar el desfile de inculpados expresidentes socialistas ante el TS y desviar la atención sobre el fracaso de las elecciones andaluzas, convocadas para dotar de estabilidad a un gobierno ahora más inestable que nunca.
Así es si así os parece.