Algo huele a podrido en Cataluña cuando más de una cuarta parte del Claustro de la Universidad de Gerona pide la retirada del doctorado honoris causa que concedió hace años a Doña Encarnación Roca Trías.
La catalana Roca Trías, doctora por la Universidad de Barcelona, fue la primera mujer catedrática de Derecho Civil, la primera Magistrada del Tribunal Supremo y la primera académica de la de Jurisprudencia y Legislación en España. Desde los años ochenta ha sido miembro de la Comisión Jurídica Asesora de la Generalitat, posteriormente del Institut d’Estudis Catalans, y en 2003 le fue concedida por la Generalitat la Cruz de San Jordi .
En el 2008, Montilla, presidente de la Generalitat, y Mas, líder entonces de la oposición nacionalista, con el apoyo de ER y ICV, acordaron proponer su nombre para el Tribunal Constitucional, en el que ingresó en 2012 a propuesta del PSOE y con el apoyo expreso de CiU.
Como vocal del TC, la doctora Roca participó ayer en la unánime decisión del Tribunal que admitió a trámite el segundo recurso del Gobierno contra los juegos secesionistas. Hasta ahí los hechos que han provocado viejos reflejos propios de los tiempos del gulag, de la gran purga soviética, de la noche nazi de los cristales rotos, y así hasta expurgar hoy el libro de honores de la Universidad de Gerona para retirarle un doctorado honorífico que maldita la falta que le hace a la distinguida doctora de verdad.
Naturalmente una cosa es que una panda de energúmenos pida la luna y otra que la consiga; la Facultad de Derecho gerundense no parece muy de acuerdo en darles ese gusto. Otra cosa sería impropia del mundo universitario. Pero lo insólito es la vesania de una tropa capaz de atropellar sus más preciados valores, como la doctora Roca Trías lo es para Cataluña, o de convertir la Universidad en picota donde ajusticiar heterodoxos.
Si los servicios jurídicos de la Generalitat atendieran las razones que la doctora Roca pueda tener sobre la secesión, Mas y sus seguidores no harían el ridículo denunciando al Gobierno ante el Supremo por vulnerar derechos fundamentales de los catalanes, como ayer anunciaron.
Grave mal aqueja a la nación cuando algunos piensan que en los tribunales hay gente de los nuestros. Tal vez la peor herencia de los primeros gobiernos socialistas haya sido la politización de los órganos jurisdiccionales, la implantación de cuotas partidarias para la provisión de los vocales de los altos tribunales. Cuando la independencia de los juzgadores no pasa de presunta, ¿quién va a respetarla?
Este es un asunto serio porque la Universidad lo es. El templo de la inteligencia, como Unamuno la definió en Salamanca el 12 de octubre de 1936, no puede someterse a ridículas escaramuzas propias de politiquerías menudas. El birrete, el anillo y los guantes del doctorado representan algo más que el Collar de la Gran Orden Imperial de las Flechas Rojas que Franco concedió a Hitler y Mussolini en 1937 cuya anulación solicita de vez en cuando el diputado Llamazares.