Hace un par de días presumió solemnemente de que Cataluña es la región europea que más inversión ha recibido en lo que va de año; “hay gente que confía en Cataluña y nos ve como un país atractivo” se atrevió a decir. Pobre; ¿no se daría cuenta que con ello estaba reafirmando la necesidad de mantenerse dentro del país que realmente resulta atractivo, del único que está creciendo por encima de la media de la Unión? No; la estulticia del personaje que ayer firmaba su muerte política le impide dejar de seguir jugando con las cosas de comer.
Nueve millones de euros tiene presupuestados para la consulta no refrendaria del 9 de noviembre. Eso sí, la pasada semana comunicó a las farmacias que seguirá sin pagarles los 120 millones que les debe del mes de julio; de agosto, para qué hablar. Y tampoco pagará lo que debe a las residencias de ancianos y comedores escolares pese a haber recibido del Estado, en lo que va de año, 5.774 millones para pagar a proveedores.
Mas se ha metido en un lío, que dijo Rajoy saliendo de China, porque sabe que está vulnerando la Ley de la que deriva su autoridad. Y tan consciente es de ello que se arropa con subterfugios, como eso de la consulta no refrendaria, para revestir de legalidad el referéndum prometido.
Sabe también, porque se gasta mucho dinero en ello, que tiene perdidas las elecciones próximas, sean o no anticipadas; que su partido caerá como manzana podrida más que madura, en el cesto de la Esquerra Republicana; en la mano de Junqueras que mece la cuna que ha llevado hasta el borde del abismo. Y que él mismo, lejos de pasar a la Historia, está llamado a acompañar a su jefe y padrino por el sumidero del fracaso.
Y sabe que ya nada servirá de moneda de cambio para detener la marcha de la Justicia sobre la corrupción que tan de cerca le viene cercando. Ya no caben arrepentimientos, borrar de las calles el grito de España nos roba, ni en las escuelas ofrecer clases en castellano. Demasiado tarde. Ayer traspasó los límites de la legalidad. Alea jacta est como Julio César dijo al cruzar ilegalmente el Rubicón para entrar en Roma sus tropas de la Galia.
Pues con todo ello, este cretino consumó ayer la osadía de echar un pulso a todo un pueblo soberano, a un Estado de Derecho, a la Historia; al conjunto de una de las pocas naciones que en el mundo alcanzaron a forjar un imperio. Como si no fuera suya.
Hay que ser insolente para atreverse a tanto. O imbécil, porque así se destruye una sociedad y no se salva la corrupción del sistema creado durante más de treinta años al amparo del autogobierno catalán.