Como decíamos ayer… la sombra del gironismo franquista es tan alargada que llega hasta hoy. Aquello era una especie de socialpopulismo, asimilable al nacionalsocialismo de nazis y fascistas. Estos desaparecieron bajo el peso de las armas; pero la versión hispana permaneció enquistada entre los andamiajes de la organización sindical franquista sobre los que comunistas y socialistas levantaron sus dos grandes sindicatos.
Parece que poco a poco van actualizándose ugetistas y comisionistas, de hecho mantienen niveles de diálogo con el Gobierno de la nación que ya quisiera éste disfrutar con los partidos de la oposición. Pero cuando se trata de levantar la voz, que es lo propio del Primero de Mayo, ponen de manifiesto la empanada cultural legada por el régimen anterior.
En las circunstancias presentes, desear que se multipliquen los puestos de trabajo es común a todos los españoles. Y obligado en el caso de los líderes sindicales, que en el día de su fiesta se cuidan de reunir un auditorio, cada vez más reducido, al que mantener encauzado. Pero ¿a quién va dirigida la exigencia? Reclamárselo a un gobierno es como hacer rogativas a la Virgen de la Cueva para que llueva. Y si además se añade que los puestos de trabajo tienen que ser de calidad, fijos y demás, entra la duda de si realmente los líderes sindicales quieren vaciar las listas del paro o simplemente están diciendo lo que tienen que decir.
Pergeñar un nuevo modelo productivo, otro de los mensajes habituales, no es labor de una legislatura ni cabe en un libro blanco, rojo o azul. El arbitrismo es un mal que abunda en tiempos de crisis; mal que asedia tanto a los gobiernos, que son quienes disponen de mayores facilidades para imponer arbitrios, como a los demás grupos de poder o de presión, sean analistas, políticos o cualquier otro tipo de líderes sociales.
El concepto de arbitrismo nació precisamente en España, tiempos de los Austrias, en la Universidad de Salamanca. Incluso se tiene a los miembros de aquella Escuela salmantina como los fundadores de la ciencia económica; de allí surgieron las primeras teorías para resolver los problemas fiscales que trajeron las obligaciones imperiales. El arbitrista elevaba al Rey un informe recomendándole tomara tal o cual arbitrio; en plata, que impusiera un nuevo impuesto. Esa es la causa curiosa de que en nuestra lengua, arbitrista se defina como “persona que inventa planes o proyectos disparatados para aliviar la Hacienda pública o remediar males políticos”. Peyorativo como se ve.
Malos tiempos para inventar soluciones drásticas al gusto de cada cual. La cuestión no es si los hombres de negro hunden las economías europeas con sus recetas draconianas. Lo que muchos datos están demostrando es que no hay más cera que la que arde. Que se lo pregunten al gobierno socialista francés, que pagaría lo indecible por estar ya en la senda por la que ha comenzado a remontar nuestra economía; la nacional.
Los sindicatos franceses, que tampoco son un ejemplo de modernidad, dijeron ayer en París de todo contra el plan con que Manuel Valls pretende cortar la deriva que llevaba aquel país. Receta: reducción de empleo público, congelación del sueldo de los funcionarios, recortes del presupuesto de Sanidad y prestaciones sociales, etc. El partido socialista francés afrontó la pasada semana una división muy superior a la provocada aquí por el tema catalán. Los ultras de Le Pen tratan de hacer de esta dura primavera su particular agosto… Pero el núcleo de la sociedad francesa parece haber comprendido que los errores hay que pagarlos.
La nuestra se convenció enseguida de ello. Y es que la situación no está para arbitristas.