Muy machotes debieron de sentirse los parlamentarios de EHBildu que hicieron el número de las camisetas naranjas y el derecho a decidir cuando el Príncipe Felipe entraba en el Arriaga de Bilbao. De los cinco, tres mujeres.
Tras el ridículo que hicieron durante medio minuto salieron como quien se equivoca de sala en un multicine cualquiera. Porque la presencia de los cinco sujetos en la entrega de unos premios, los Novia Salcedo, a la excelencia en la integración profesional de los jóvenes es, sencillamente, un sindiós.
La fundación lleva el nombre de Don Pedro Novia Salcedo y Castaños, Alcalde de Bilbao, luego Senador y nombrado primer Hijo Benemérito del Señorío de Vizcaya por su entrega a la promoción de la cultura, la educación, la actividad productiva y la revolución de las comunicaciones en los tiempos de crisis sucesivas que vivió (1790-1865): guerra de la independencia, absolutismo, trienio liberal, más absolutismo, dos guerras carlistas…
Y la fundó Txomin Bereciartua, un cura nacido en Bilbao hace más de noventa años, el mismo que creó el Centro UNESCO del País Vasco, por ejemplo, y ayer asistía atónito al numerito de los cinco. ¿Qué tiene que ver la responsabilidad social, el trabajo de aquellos vascos comprometidos realmente con su tierra, con los afanes de estos batasuneros, bildurras y demás compañeros de viaje?
Si en vez de hacer el gamberro en un teatro y vivir cabreados, exhaustos bajo la opresión del peso del sistema, hubieran comprado entradas para ver “Ocho apellidos vascos” habrían disfrutado de la vida riéndose de todo, incluso del sistema y hasta de sí mismos.
Cierto es que para ello son precisas ciertas dotes que no todo el mundo reúne. Desde sentido del humor hasta la sensibilidad precisa para captar el alcance de algunas cosas, una mirada, una sonrisa, que quizá tengan por descubrir. Es decir, humanidad, inteligencia; lo opuesto a la imbecilidad de que gustan revestirse. No será ésta congénita, pero a su cultivo siguen dedicando sus mejores esfuerzos. Pobres.