Rubalcaba no tenía otra salida tras el fracaso registrado en las urnas europeas: convocar un Congreso extraordinario que rehaga el gobierno de su partido del que él ya no formará parte. Para encauzar ese futuro tiene dos meses por delante. Si acierta salvará al partido socialista de su irrelevancia actual. Y si no, habrá completado la voladura del armazón político de este país iniciada por su predecesor Rodríguez Zapatero.
Tiene razón Rubalcaba cuando dice que “la crisis económica, política y territorial ha afectado a los dos partidos que encarnan el sustento de este sistema político”.
Y también al concretar que los socialistas no han recuperado la confianza de los ciudadanos porque hay gente que lo está pasando muy mal y “se acuerda de que esto empezó cuando estábamos en el Gobierno”.
La razón, como dicen las matemáticas, es la relación entre un antecedente y un consecuente, y como hombre de ciencias que es, Alfredo Pérez Rubalcaba la ha resuelto sin tardanza.
Pero ¿y ahora qué? Porque las urnas son la mera consecuencia de una política desquiciada sostenida sin enmienda durante dos años largos, y cuando digo desquiciada quiero decir exactamente eso, desencajada, descompuesta. Desde hace años, prácticamente desde que Felipe González salió de la secretaría general, el PSOE ha venido navegando sin un rumbo reconocible.
Dejó de ser el partido de centro izquierda en que las clases urbanas progresistas puedan sentirse representadas, pero también el partido de los trabajadores industriales o agrarios. Así lo denuncian los resultados electorales tanto en los grandes centros urbanos como en las áreas rurales no sometidas a negros subsidios. Y el electoralismo que le condujo a oponerse a toda medida impopular del Gobierno para resolver la crisis de la economía nacional se le volvió en contra al advertirse los primeros efectos positivos.
Jugó a “encontrarse con la calle” en cuestiones ajenas a los intereses generales de una sociedad progresivamente informada y desarrollada; desde el nacionalismo en Cataluña, a los escraches, el aborto libre y cuantas reivindicaciones ponían en marcha los de Podemos, hoy sus grandes beneficiarios. Pero sin embargo ignoró su cuota parte en los escándalos de corrupción que la pertinacia de Magdalena Álvarez refrescó ya en plena campaña.
En síntesis, dejó de ser ese partido que con el Popular “son el centro y corazón del sistema político español”, como decía también ayer su hasta ahora secretario general. Ese es el gran problema, de los socialistas y quizá también de los españoles.
Encontrarse con la calle… Hace muchos años y también a raíz de un fracaso electoral, Felipe González plantó al partido en un Congreso, el XXVIII, al ser derrotada su propuesta de eliminar el marxismo de su definición. Una gestora se hizo cargo durante los cuatro meses que mediaron hasta el Congreso Extraordinario de septiembre de 1979 en el que triunfó la tesis de González y, así, tres años después conquistaba la mayoría absoluta del Congreso. He ahí una demostración de cómo conectar realmente con la calle.