¿Adónde vamos?

tercera 7 febrero 2014En la Tercera de ABC publico hoy este artículo en el que se reclama una política basada en el imperio de la Ley para sentar las bases de un horizonte nacional en el que todos los españoles realmente se sientan copropietarios de España.

 

¿Adónde vamos?

Y por si algo faltara, ahora el cambio climático. Pocas certezas subsisten hoy capaces de afianzar la confianza de los españoles en su futuro, en un futuro mejor. El cúmulo de circunstancias en que diariamente se ven enredados ha disuelto gran parte de los anclajes que les mantenían enraizados en una determinada cultura; principios diversos que, entrelazados, han venido definiendo los rasgos de nuestra sociedad.

La necesidad de un golpe de timón comienza a abrirse paso en los sectores más sensibles de la opinión pública nacional. Golpe de timón no tanto para cortar de raíz algunos bochornosos episodios nacionales de nuestros días, como para infundir la convicción de que alguien está al timón, alguien concreto, conocido, que sabe dónde ir y cómo llegar.

La Historia de la humanidad está pavimentada de viajes hacia lo desconocido. Empresas hubo que marcaron eras, como el Éxodo israelita desde Egipto a las tierras de Canaán o la llegada de las tres carabelas hispanas al continente americano; tuvieron el líder adecuado y con la convicción precisa para embarcar a muchos hacia un destino que sólo él vislumbró. Fueron hazañas impulsadas por la ambición de los mejores para abrir espacios nuevos, desconocidos por la mayoría. La Odisea de Ulises, Marco Polo en China y hasta la Misión Apolo que puso al hombre sobre la luna fueron otras tantas aventuras de éxito; de los fracasos apenas queda huella.

De todos aquellos hitos que nos siguen cautivando muchas cosas cabe decir; muchas, menos que la faena fuera fácil. Ulises solventó escollos como el paso entre Escila y Caribdis con una nave presa del pánico de sus tripulantes; homérico, pero no menos pulso requirieron la calma chicha y escaseces que los de Colón enfrentaron en su viaje al lejano Cipango venturosamente abreviado en las riberas caribeñas. Porque en el ejercicio del mando hasta los mejores pueden equivocarse.

España necesita un rearme moral ya, antes, durante y después de tener todas sus capacidades productivas puestas a trabajar. La confianza, básica para conseguir la aceptación de un liderazgo, se pierde de una vez pero ganarla cuesta una eternidad; y sólo dándola el gobernante puede mantener al país centrado en lo fundamental. No está sucediendo aquí y ahora.

Los costurones abiertos son demasiados, y demasiado importantes, pero bastaría con operar sobre alguno de entre ellos para hacer saber a todos que hasta aquí llegaron determinados despropósitos. El monocultivo político del crecimiento y empleo no garantiza el éxito de la cosecha. El granero puede saltar por los aires; saboteadores no faltan y el ambiente les es propicio. Entre jueces políticos porque los políticos les dieron la alternativa en los más altos ruedos del poder, sindicatos que no cumplen su función, la oposición travestida de antisistema, el partido del gobierno víctima de orfandad y los secesionistas irredentos, las chispas pueden degenerar en fuego incontrolable.

Es lo que puede suceder cuando la sociedad carece de reflejos tan básicos como la autodefensa, el principio de conservación. Ha quedado al pairo, ausente, víctima quizá de la resaca de aquellos tiempos de vino y rosas no tan lejanos. Lo que comenzó por una catarsis económica, de riqueza, ha mutado a una crisis moral sin precedentes en nuestra reciente historia. La ética es hoy para media España un lujo superfluo.

No es preciso desgranar las cuentas de la escandalera nacional, basta con un dato: la economía informal alcanza una cuarta parte del producto nacional, doscientos cincuenta mil millones de euros libres de impuestos; a saber cuánto valor añadido se evapora a diario entre quien paga sin factura y el que sin factura cobra, o cuántos empleos sumergidos están sobrealimentándose con el subsidio de paro que a otros no alcanza.

La lucha por el ajuste que tantos y merecidos beneplácitos recoge entre nuestro vecindario ha preterido los remedios que requiere el resto de las dificultades. Los socios europeos o amigos norteamericanos no viven en sus carnes la gravedad que aquí han alcanzado nuestros males. Los efectos de nuestros problemas los sufrimos nosotros, no son compartidos. Requieren atención y cuidados permanentes, y la pasividad no siempre es prudente. La prudencia es el buen juicio, la moderación y la sensatez al obrar; no el quietismo de aquellos extraños contemplativos de finales de nuestro siglo de oro inspirados por la “Guía espiritual que desembaraza el alma y la conduce por el interior camino para alcanzar la perfecta contemplación y el rico tesoro de la paz interior”, de Miguel de Molinos. Y así vino lo que llegó…

Hoy el Gobierno y los responsables políticos, si es que alguno queda de guardia, deberían abordar dos desafíos cuanto menos, con tanta prudencia como determinación; urgentemente, no precipitadamente. El primero, restablecer el imperio de la Ley; el segundo, sentar las bases de una nueva frontera, un new deal, un horizonte nacional que alcanzar al término de la década.

El imperio de la Ley. Los secesionistas que gobiernan las instituciones del Estado en Cataluña no son el único problema que registra el incumplimiento de las leyes, aunque la desfachatez de sus agentes lo haga más evidente. Pero no son menos graves la insumisión de los evasores fiscales, o de los movimientos radicales y el agitprop que embravece sus aquelarres, la de los etarras que se burlan de la ley en los mismísimos juzgados, y la de los sindicatos y otros colectivos que impiden la entrada en vigor de leyes aprobadas democráticamente. Sin restaurar el imperio de la Ley nada estará seguro en la conciencia de los españoles; con tanta prudencia como seguridad, la que da el estar cumpliendo lo debido.

Un horizonte nacional. Esta y todas las sociedades, sobremanera en épocas de incertidumbre, requieren un punto de referencia al que orientar su marcha, donde fijar el término del esfuerzo que las circunstancias le requieren. La democracia y la libertad fueron nuestra nueva frontera en los años 70 del pasado siglo, y aquella Transición sí que fue un gran viaje. Definir el horizonte nacional que alcanzar en el 2020 es trabajo que deberían acometer las instituciones vivas del país; privadas y públicas, académicas y políticas. Perfilarlo quizá no fuera demasiado difícil; las aspiraciones se corresponden con las carencias. El problema reside en evaluar correctamente la entidad de las prioridades.

En mi opinión el primer bastión a derribar es la corrupción; puesto en positivo, la regeneración ética de la vida nacional. El segundo, la partitocracia; en positivo, la transparencia y apertura de partidos e instituciones a la realidad social. El tercero, la insolidaridad; en positivo, hacer que todos los españoles se sientan copropietarios de España. A partir de ahí, cualquier meta sería superable sabiendo todos dónde no dirigimos.

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