Quizá no podría haber sido de otra forma; el año termina con la opinión pública enfangada en la corrupción. Pocos se salvan, y no sólo de entre la gente que sale en los medios. Políticos, sindicalistas, profesionales, empresarios, futbolistas, famosos sin causa, chapuzas que “trabajan” en el paro y hasta curas chapotean en la charca. Y el común seguirá siendo salpicado por la sinvergonzonería nacional durante años mientras la Justicia siga demorándose sin plazo conocido en el ejercicio de sus funciones, es decir, mientras sea menos Justicia.
La corrupción quizá sea hoy la dolencia más profunda que aqueja a nuestra sociedad; ha mellado sus fundamentos éticos y los estéticos, que también cuentan. Sin embargo los prescriptores de opinión llevan meses encelados en el secesionismo de Mas, Duran, Pujol y otros inquilinos de la superestructura, como si la superestructura no surgiera de la base, al decir de Marx, Karl.
Aturdida por el tufo de la corrupción la sociedad no está en su mejor momento para reaccionar ante cuestiones como la catalana ni para protagonizar el mundo de reformas preciso para dejar atrás las crisis. Estamos en ese tiempo crítico en que lo nuevo no acaba de nacer ni lo viejo de morir, en expresión de Brecht. Un tiempo que requiere generar fuerza y esperanzas para contrarrestar frustraciones demasiado extendidas en un cuerpo social afectado por la falta de trabajo, penurias económicas y una mala educación.
Ésta, la educación, quizá sea la llave maestra para abrir un horizonte nuevo, otra perspectiva capaza de revelar motivos por los que levantarse cada mañana con la capacidad de asombro renovada. Por ello resulta insólito que una de las iniciativas más razonables llevadas a término por este Gobierno, la Ley para la mejora de su calidad, haya sido víctima, antes de ser testada, de la máquina trituradora en que se ha convertido la política de oposición, lo que no deja de ser otra forma de corrupción.
Como también lo es la escasa o taimada condena de los partidos, comenzando por el del Gobierno, y otros agentes sociales, a los sinvergüenzas que metieron mano donde no debían. La demora en su denuncia y represión extiende las complicidades hasta donde nadie puede considerarse seguro, limpio.
Pocas cosas son susceptibles de ser cambiadas de la noche a la mañana. Incluso siglos, cuatro, han pasado desde que Cervantes contó el trajín que en su patio se traían Monipodio y los pillabanes que protegía en Rinconete y Cortadillo. Poco han cambiado algunas cosas. Como entonces, la moraleja sigue siendo la misma: A Dios rogando y con el mazo dando.
Porque hay cosas que no pueden ser.
Como siempre estoy totalmente de acuerdo con lo que dices.