Alguien debería explicar por qué tenemos la energía eléctrica que más sube de precio en todo el mundo civilizado, un setenta por ciento en los últimos diez años; nada menos. Y no es que partiéramos de precios bajos, sino de los más altos del vecindario. Ni tampoco sirve de excusa que las compañías que la suministran estén en las últimas y los ciudadanos tengan que echar una mano para salvarlas del concurso de acreedores, sino todo lo contrario. El margen de beneficio de las eléctricas españolas duplica el de sus pares europeas. En fin, ¿puede alguien explicar por qué el españolito ha de pagar más cara la luz que el francés, el alemán, el italiano o el portugués?
El país tiene más cuestiones pendientes que el chantaje de los apandadores que mandan en Cataluña; el suministro energético es una de ellas. Ambos casos son buena muestra de hasta dónde puede llegar el que se deja arrastrar por la corriente; por la corriente y por la irresponsabilidad de quienes tienen delegada la administración de sus recursos.
Realmente siempre hemos tenido una grave dependencia energética a consecuencia de nuestra escasez de recursos fósiles. Sin gas ni petróleo, con un carbón malo y caro –siempre subvencionado- y limitados recursos hidráulicos, estábamos abocados a la energía nuclear para resolver el problema. El primer Plan energético que tuvo el país, finales de los sesenta del pasado siglo, apuntaba a 41 centrales nucleares. Algunas se realizaron y siguen operativas, Ascó, Vandellós, Cofrentes, Zorita, Trillo; la de Garoña, ante al desguace; pero el grueso pereció a manos de la demagogia y de las pistolas de ETA.
En Vascongadas, una de las áreas, junto con Cataluña, de mayor consuno energético, se proyectaron las de Lemóniz, Ispaster y Deva. La vecina Francia era y es el país más nuclearizado de Europa, excedentario energéticamente y al que comprábamos electricidad para los altos hornos sin que nadie hiciera ascos, pero… surgió la ola antinuclear, alimentada por la guerra fría que fundieron en Malta, 2 de diciembre de 1989, Bush I y Gorbachov.
ETA asesinó a cinco ciudadanos, uno de ellos, el propio director de Lemóniz, el ingeniero Ryan tras una semana de secuestro. Y en 1984, el primer gobierno socialista decretó la moratoria nuclear, es decir, el final de la historia; seis mil millones de euros quedaron sepultados bajo hierro y cemento en Lemóniz y demás centrales suspendidas. Una parte de ese dinero enterrado por aquel Gobierno forma parte de los gastos que hoy componen la tarifa de la luz, junto a las primas a las energías eólica y fotovoltaica, los incentivos al carbón y el dichoso déficit de tarifa que todos ellos engordan.
No deja de tener gracia lo que escribió J.M. Eguiagaray, último ministro de Industria de González, sobre las razones de aquella moratoria nuclear:
«En pleno proceso de transición a la democracia el sector público hubo de rescatar financieramente a las empresas eléctricas del país, que se habían embarcado en un proceso de inversión faraónico, derivado de una planificación delirante… lo que llevó, por razones mucho más financieras que de cualquier otro tipo, a la llamada moratoria nuclear a partir de 1983. Los costes de la paralización de proyectos de construcción en curso, así como el saneamiento financiero de las empresas, recayeron sobre los consumidores durante largos años, mediante recargos pagados en el recibo de la luz.»
La aurora boreal.
Y, hablando de energía, tras la renuncia nacional a lo nuclear ahora el gobierno canario, al que también subvencionamos el resto de los españoles, se opone a que Repsol busque petróleo y gas a cincuenta kilómetros de Fuerteventura y Lanzarote antes de que lo saque Marruecos delante de sus propias narices. País…