La política económica del Gobierno parece estar dando los resultados esperados. Más allá de la idoneidad de decisiones y medidas, la clave de este éxito aún por comprobar está en la determinación con que se han implementado. Es decir, en la mayoría absoluta de los populares que desde primera hora ha laminado las posiciones de una oposición descabezada.
Por su parte, la gente ha soportado los ajustes con resignada impotencia, dando un ejemplo de civismo responsable similar al que España ofreció en su transición a la democracia. Este fenómeno sociológico unido a la firmeza política con que se ha conducido el proceso de saneamiento parece estar siendo valorado positivamente en muchas instancias internacionales, políticas, económicas y financieras.
Pero faltan aún muchos elementos con que construir la nueva situación. Porque si algo hay seguro es que las cosas no volverán a ser como eran. En los asuntos de la economía, por ejemplo, empeñarse en mantener los niveles de prestaciones del estado de bienestar son ganas de caer en la nostalgia. Y en los de la política ocurre algo semejante; la realidad vivida ha descosido muchas costuras del patrón de convivencia vigente durante las cuatro últimas décadas.
Seguramente esta sea la hora del gran reto, de una política más participativa y participada; es decir, más abierta por quienes tiene la capacidad de dictarla y más responsable por quienes debieran cooperar en su definición. No es éste momento para la demagogia ni de pelearse por unos votos. El cortoplacismo debe ser enterrado en la fosa común de tantos errores cometidos en los últimos años: la mentira, la corrupción, la arrogancia, la ostentación… la banalidad.
El gobernador del Banco de España alertaba ayer de los riesgos políticos que podían dar al traste con la recuperación económica, valorando sobre manera la estabilidad política. Conflictos como el planteado por los separatistas, por ejemplo, pueden cortarse por decreto, o como hizo la II República sacando la guarnición a la plaza de San Jaime. Pero resolverlos requiere de la política; otra política y otra forma de hacerla.