El país se merecía el acuerdo ayer escenificado por Rajoy y Rubalcaba. Las cosas, algunas, han encontrado su cauce. Nada más normal que los dos grandes partidos se avengan a sumar criterios en temas fundamentales, por encima de las diferencias, genuinas o aparentes, que los separen. Importante es, por ejemplo, la presentación de qué pretende el país de sus socios del euro, y ese ha sido precisamente el primer acuerdo alcanzado entre los dos partidos de gobierno que este país tiene, el que lo ocupa y el que lo ocupó.
Carpetovetonia no da para más; casi ninguna otra democracia se asienta sobre más de dos pilares. Y de ahí las reticencias de las minorías a sumarse a la ola nacional. Su mayor aspiración es jugar el papel de bisagra cuando alguno lo necesite. Saborear las mieles de la mayoría sin alcanzarla es su gran triunfo; y no suele importarles gran cosa quién sea el socio necesitado de su auxilio, siempre bien remunerado a costa de todos los españoles.
En tiempos como los que corren suelen engrosar sus apoyos en la medida en que los grandes sufren la erosión de la tormenta. Por ello confiar en su adhesión es algo así como pedir peras a un olmo. Dicen sentirse preteridos, ¿acaso hacen algo para salir de donde la voluntad popular les colocó?
En determinadas circunstancias su contribución podría ser relevante si no pusieran tan caro el precio de su apoyo. Buscarlo nunca está de más, pero conseguirlo requiere mayores dotes de inteligencia y buena voluntad, medios que no abundan en demasía.
El camino ayer iniciado podría dar más de sí para resolver acuciosamente reformas como la de la administración o del sistema de pensiones que la demografía nacional amenaza con hacer saltar por los aires. ¿Será posible que los agentes del bipartidismo efectivo puedan transitar juntos esos metros de más?
Ahí entran en juego sus respectivas parroquias; los barones territoriales, los alcaldes, los aspirantes al relevo de las cúpulas, los de las cúpulas que no quieren ser relevados, etc. La parroquia, en términos coloquiales, es la gran excusa para seguir jugando al juego del tú propón que yo me opongo. Rajoy, por ejemplo, ya tiene una idea de los pelos que dejará en la gatera si se abre a diferencias en los límites de los déficits regionales. Rubalcaba tiene menos pelos por perder y más gateras que pasar.
Ayer mismo se produjo un serio percance entre sus dos alfiles femeninos, Valenciano y Rodríguez, y un compañero de la ejecutiva que ven como contrincante en las primarias a que se han abocado. Cuando además de Madina hay tres o cuatro presuntos contendientes más al liderazgo del partido, los aspirantes a las grandes alcaldías ven en globo su carrera, otros temen resultar triturados por la cremallera –chico/chica- de sus listas electorales y demás descontentos porque fuera del poder hace frío, cuando todos esos elementos entran en juego, conducir un partido por la senda de la sensatez no ha de resultar fácil.
Confiemos en que no caigan en la tentación de hacer como que quieren aún sabiendo que no pueden. Eso sólo conduce a la nostalgia por el tiempo perdido.