El paro, además de tragedia, es un arma de destrucción social que la política partidaria emplea sin rubor. Por ello resulta tan complicado tratar del paro, comenzando por los sindicatos. Las organizaciones sindicales miran por los empleados, que es el público al que se deben. Los pocos trabajadores que pagan una cuota sindical suelen dejar de hacerlo a los pocos meses de perder su trabajo…
Reaccionan hablando de precariedad cuando el sistema genera algún empleo; ha ocurrido hace una semana. Parece como si prefirieran que los parados siguieran parados antes de que puedan desarrollar una actividad, a tiempo parcial, con contrato temporal o de prácticas; como fuese. La aportación sindical se reduce a blindar a quienes gozan de un empleo frente a cualquier cambio de su status; dure lo que dure el status en cuestión lo que, como la crisis viene demostrando, no suele ser demasiado.
Los partidos caen en inconsecuencias similares. Cuando el temporal les coge gobernando dan la cara protegidos por el paraguas de las circunstancias globales y haciendo ejercicios de fe en que pronto escampará. Y como no hay mal que cien años dure, la primavera acaba llegando.
Desde la oposición cada mala noticia es recibida con indisimulable regocijo; una muestra más de la nefasta política gubernamental; las malditas reformas, etc. Y así endilgaron parados a la laboral antes de que llegara a ser efectiva, e incluso a sabiendas de que, efectivamente, la flexibilidad de las reglas laborales facilita tanto los despidos como la creación de nuevos empleos, según cuaje la realidad.
La realidad, tremenda palabra. Ayer el presidente de la confederación empresarial mostraba sus dudas sobre la realidad de las cifras del paro. Apuntaba Rosell un dato muy concreto: si la EPA excluyera las prejubilaciones, se contarían 300.000 parados menos. Y eso es real; por mucho que gustara a algunos volver a un trabajo, quienes cobran su jubilación anticipada no son parados. Por ello no figuran entre los demandantes de empleo en la Seguridad Social.
Como real es el estudio que William Chislett publicó recientemente en El País, según el cual, el terrorífico 53% de paro juvenil que la EPA y Eurostat atribuyeron a España al comenzar el año se quedaría realmente en un 22%. La diferencia estriba en buscar desempleados entre todos los jóvenes de 16 a 24 años, incluidos los que están estudiando (bachillerato, enseñanzas profesionales, universidad…), o considerar como tales a quienes, fuera ya del circuito formativo, buscan un puesto de trabajo. Según se adopte uno u otro criterio, los presuntos parados pasarían de 4,1 a 1,7 millones.
Y concluye el investigador del Real Instituto Elcano que los 6,2 millones de parados de la EPA se reducen así hasta situarse en el entorno de los 4 millones, un tremendo 19% pero lejos del 27% proclamado. En cualquier caso las correcciones no nos sacarían del segundo puesto en el ranking europeo pero quizá contribuirían a explicar por qué no arde España.