Ana Botella tiene razón

Ana Botella entra en política

Ha dicho la alcaldesa de Madrid que, de ser por ella, suprimiría las nuevas/jóvenes/ futuras generaciones de los partidos. Y en esto tiene mucha razón: en la existencia de esas aguerridas divisiones juveniles que blanden banderas en los mítines de sus mayores radican varios de los males que ponen en cuestión los rodamientos de sistemas parlamentarios como el nuestro.

Por un lado, los alevines acaban por trenzar sólidas compañías de apoyos mutuos que con el tiempo cierran el paso a posibles competencias llegadas desde fuera. Su caricatura es la de la peña abriendo los codos para que no pase nadie ajeno a la cofradía. Y así terminan patrimonializando la formación en que militan y alejando de ella otros valores posibles. ¿Cuántos altos profesionales de cualquier rama asumen hoy responsabilidades políticas?

De otro, esos futuros dirigentes locales, en pocos años estarán disponibles para cualquier tipo de cargo electo… o forma de vivir, que es en lo que suele convertirse un sillón, sea de concejal o de diputado, para quienes no han trabajado por cuenta ajena ni propia en su corta vida. No sólo es cuestión de que esas son edades para el estudio o la formación, como dice la regidora; lo peor es que en el futuro matarán por seguir viviendo a costa de los contribuyentes. Y de ahí la desnaturalización de programas y valores en todas las formaciones. Todas.

Acostumbrarse a vivir del dinero público comporta riesgos que para muchos se han demostrado insalvables. No conozco actividad profesional, más allá de la investigación básica, que no esté sujeta a evaluación permanente. No es el caso en el mundo político. Los resultados se suelen medir por años cuando no por legislaturas, y los controles dejan amplios márgenes para diversas formas de corrupción.

El prepararse “un buen pasar para cuando salgamos de aquí” acaba siendo tentación demasiado fuerte para quienes no tienen otras experiencias ni recursos profesionales de defensa. Y de ahí las comisiones y otras formas de estafar al contribuyente. Estafar, si, que significa en nuestro idioma común “cometer alguno de los delitos que se caracterizan por el lucro como fin y el engaño o abuso de confianza como medio”. Porque sin comisiones subrepticias de por medio el coste del servicio o concesión de turno sería menor para el contribuyente que es quien acaba pagando las facturas.

El poder tiene un alto precio. Conviene tener los recursos precisos para llegar a ejercerlo.

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Posted jueves, enero 17th, 2013 under Política.

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