Frente al rescate, impuestos a las grandes fortunas. Es el parto de los montes ayer alumbrado en el cónclave del socialismo actual, partido que al cabo de nueve meses sigue haciendo válido aquello de Andreotti: el poder desgasta al que no lo tiene –véase la encuesta publicada ayer por su diario amigo-.
Un partido de gobierno no puede caer en tales simplezas, pero es lo que hay. Más impuestos y una ley de sostenibilidad social ¡toma ya! Cualquier cosa menos el rescate al que estamos abocados tras su paso por el gobierno durante los siete últimos años. Siete y pico.
Hablan de impuestos como si no tuvieran en sus filas recientes ministros, secretarios de Estado, directores generales y demás presuntos responsables del ministerio de Hacienda. Podrían explicar a los mandamases actuales, comenzando por el ex vicepresidente Rubalcaba, hoy cabeza ejecutiva del socialismo, cuestiones elementales para un político nacional como la doble imposición, la sensibilidad del empleo a la tasa de inversión, la relación entre ésta y el ahorro… En suma, que con las cosas de comer no se juega, como está demostrando ya la reacción de los ricos franceses ante el anuncio hecho por el flamante presidente Hollande. Ganas de repetir la historia…
La mayoría de quienes ayer pedían más madera con que atizar las calenturas de este otoño no tiene edad para recordar lo que Felipe González, el refundador del partido y oráculo actual de algunos medios, hubo de hacer a los tres años de aterrizar en el Gobierno. Nada menos que una amnistía fiscal: la Ley de régimen fiscal de activos financieros de 1985, que venía a establecer la opacidad para el fisco de los pagarés del tesoro durante los años suficientes para superar los plazos de la inspección fiscal.
Cuatro años más tarde el mismo gobierno González aclaraba la repercusión de una orden ministerial sobre el tema afirmando que el Estado era el mayor interesado en mantener un activo para captar el dinero negro. Y añadía que los nueve puntos de diferencia en los tipos de interés que pagaban aquellos pagarés “sin dueño fiscal” frente a las letras ordinarias del Tesoro representan «un sistema para que la colectividad recupere parte del coste de la evasión fiscal, por lo que no tiene por qué desaparecer en el futuro».
Naturalmente, aquel signo de lucidez fue forzado por la experiencia francesa tras la Ley del impuesto sobre las grandes fortunas de 1981 que se le ocurrió implementar a Mitterrand nada más llegar a la presidencia de la República. El temor a que los socialistas españoles siguieran la senda de sus hermanos franceses evaporó aquí centenares de miles de millones de pesetas.
¿En qué andan ahora, pues?
En al ignorancia y el populismo barato. como casi siempre.