Lo de ayer, el esperado pleno del día 11, acabó en una sesión más de ese extraño convivir entre sordomudos y ciegos en que ha degenerado la política nacional. Entre lo extraño que suelen ser los sonidos con que un sordomudo se comunica con sus pares y el hecho de que el invidente no sabe quién o qué cosa emite tales ruidos acaba levantándose un muro de incomunicación imposible de franquear, si es que la cosa no termina en tragedia, como ya ocurrió en la historia.
Esa fue la imagen que me sugirió el encuentro de ayer entre los que gobiernan y el resto, los que se oponen. El escenario es el que es, y por muchas vueltas que se le quiera dar no va a cambiar por sí mismo; tampoco echándose en cara el pecado original. Claro que pueden existir vías de salida diversas, lo otro, el fatum, está bien para las tragedias griegas, y los planificadores comunistas, que así terminaron de pobres.
Pero sean cuáles sean, estén las salidas donde estén, llegar hasta ella requiere pertrechos que no están a nuestro alcance. Lo dicen a diario los prestamistas; serán unos hijos de su madre pero son los dueños de nuestros dineros; los que les pedimos en aquellos días de vino y rosas, y de los Planes E hoy difíciles de olvidar, o de los mismísimos EREs con que germinaban los votos socialistas en Andalucía, y los que ahora nos tienen que seguir dando para que ellos mismos no se hundan.
Pretender escaquearse, sacar a estas alturas los programas electorales por parte de quienes taparon el agujero con las cuentas falsas del 6% de déficit, o los que atizan el fuego del carbón, o ese populismo neofascista que se disfraza de democrático y progresista, o los que las tribus irredentas, los de aquí o los de allá que a estos efectos todos son demasiado iguales… Lastima da sentirlos tratando de arañar descontentos, un puñado de votos; verlos jugar a la chica cuando sobre la mesa han echado un órdago a la grande.
Sólo una cosa cabe pedirle a los que gobiernan, que lo hagan; que los planes y recortes no vuelvan a ser palabras, patadas a seguir; y que metan mano a la Administración del Estado. Quedarse en la paga de Navidad suena a broma cuando entre funcionarios y empleados públicos suman más de tres millones. Y también parece que sobran miembros en ese extraño colegio llamado CSPJ que para elegir presidente lleva reunido más días de los que suelen durar los cónclaves del cardenalicio para elegir el suyo.