Aunque el común esté acostumbrado a oír hablar de sadomasoquismo, los expertos dicen que entre el marqués de Sade y el austrohúngaro von Sacher-Masoch, con ascendencia española por cierto, media medio mundo. En cualquier caso algo parecido a eso parece estar extendiéndose por estos lares gracias a unos cuantos aplicados al extraño juego de ver quién grita más alto aquello tan revolucionario, o reaccionario que lo mismo viene a dar, de “cuanto peor, mejor”. Como si la realidad no aportara suficientes sinsabores como para andar flagelándose por las esquinas.
Se entiende que médicos y mineros, estudiantes y docentes, y en breve bancarios, cajeros, concejales y hasta parlamentarios autonómicos manifiesten sus cabreos respectivos. Los recortes duelen siempre, los inevitables y los que pudiendo haberse evitado no lo fueron, también. Pero que haya políticos y creadores de opinión meciéndose en esas olas como quien se refresca un mediodía de agosto en una playa del Cantábrico, no es de recibo.
El país se salvará porque no le queda otra, pero no escasean quienes parecen empeñados en hundirlo. Por la derecha, por la izquierda y por mediopensionistas como la señorita Pepis de todas las salsas o los vascos del privilegio fiscal.
En una parte de la derecha, habitualmente flaca de fuerzas ante las dificultades, parece cundir el desespero porque no sienten al profeta llevándoles hacia la tierra prometida. Rebuscan entre las faltriqueras fórmulas y salvadores que nunca acaban de aparecer, sencillamente porque la cosa no va de eso. Extraña zozobra la de personajes que todo lo tienen, hasta tiempo para perderlo sin provecho.
En el otro extremo, los comunistas residuales no han perdido los tics de otro tiempo, cuando soñaban que el régimen aquel se caería a la mañana siguiente después de escuchar con fervor religioso en la radio pirenaica que la huelga de Barcelona, Asturias o donde tocara había hecho temblar el misterio. Poco o nada queda de la contribución que los Carrillo, Antoni Gutiérrez o Nicolás Sartorius, entre tantos otros, prestaron al cambio democrático. Lo que queda de aquel partido que hoy vela Cayo Lara, es el manifiesto que hace tres años reclamaba afrontar la crisis económica desde «la ruptura del pacto constitucional».
Pues eso. ¿Van a perder su tiempo en explicar a sus votantes mineros de qué han venido viviendo hasta hoy? Porque de su sindicato será demasiado esperar que informe sobre dónde han ido a parar los fondos para la reconversión de la minería asturleonesa.
El caso es que una parte del país parece gozarla siguiendo los dictados de pequeñas minorías oxigenadas por el calor de los conflictos y la atención recibida de los medios, especialmente de la televisión. Al final la cuestión es ¿qué fue primero, la foto del minero disparando un lanzagranadas casero o la incapacidad del político para asumir su responsabilidad ante los intereses generales de una sociedad que sobrevive con una cuarta parte de sus miembros condenados al paro? La vieja historia del huevo y la gallina.