En el despropósito en que se ha convertido la política europea sólo falta el país que diera un portazo desde fuera. Grecia no se decide. ¿Y nosotros, por qué no?
La suma de nuestras propias torpezas más las de cada uno de los miembros del euro y las de la Comisión produce un resultado absurdo: menos de cero. Nada sale adelante, todo empeora día a día, como fruta que el paso del tiempo torna cediza. Los acuerdos a los que penosamente llegan, cuando se alcanzan, parecen escritos con tinta simpática. Nadie es capaz de leerlos sin el reactivo conveniente que nadie acaba por encontrar, a lo que parece. Cuando llegue quizá ya no merezcan demasiada atención.
Ejemplo: el rescate de la parte pocha del sector financiero nacional. A qué llegó el Eurogrupo aún está en discusión. Ya se sabe que para leer lo escrito con agua de limón basta con someter el papel al calor. Pero entre que en Bruselas lo del calor no abunda y los nuestros esperando a las auditorías antes de concretar, otros están haciendo su agosto en los mercados secundarios a costa de nuestro crecimiento. Y ojo, que del papel sometido al calor agosteño pueden salir llamas.
En esas, ¿por qué no hacer de nuestra capa un sayo? Lo está haciendo la alemana, para ella naturalmente, como el italiano que preside el BC europeo. Los de la Comisión aún no tienen la plantilla de los sayos, y se han hecho un lío entre los pliegues de la capa. A todos ellos les despabilaríamos con un ejemplar de aquel “Dios le ampare, imbécil”, suma de novelitas ejemplares que escribió allá por los 50 Álvaro de la Iglesia, treinta y tres años director de la revista más audaz para el lector más inteligente, que ese era el lema que le puso a “La Codorniz”. Eso, y dentro un tarjetón de despedida, Auf Wiedersehen, Au revoir, Arrivederci, Adeus, Tot ziens, etc.
Incluso otro con un Bye para Obama, preocupado el hombre por no poder vender en Madrid lo que hacen allá en Pittsburg o Detroit.
Aquí, puestos a pasarlo negro… Y siempre seguiríamos vendiéndoles sol, naranjas y fútbol. Pero la que les caería encima a nuestros acreedores no está en los escritos. Se iban a enterar de lo que pesa nuestra deuda soberana y, sobre todo, la privada; la prima, a su lado, anoréxica perdida.
Teoría de juegos: los torpes y los fantasmas acaban en la casilla mala.
El otro día discrepé. Hoy me has convencido, pero no del todo, espero que el tercer capítulo de la serie, por aquello de que no hay dos y sin tres, me acabe de convencer. El de hoy es genial, y la ilustración,sencillamente magistral.