Elecciones y leal oposición

Análisis publicado hoy en La Terecera de ABC

Volvemos a estar en vísperas electorales. No es buena cosa distraerse, entorpecer la reconstrucción del país, con nuevas tensiones partidistas. Intereses personales se impusieron al sentido común para no celebrar las autonómicas andaluzas a la par de las generales. El presidente de la Junta tenía tan poca confianza en la campaña nacional de su partido que decidió separar ambos comicios; sin reparar en gastos y quebrando lo que comenzaba a ser una tradición. Pasada la debacle socialista en las generales, comenzó la campaña con el trigésimo octavo Congreso que el PSOE organizó en Sevilla para brindar a Griñán la presidencia del partido.

Además de esas pequeñas maniobras, el cónclave socialista eligió su equipo directivo y acordó un programa marco para los próximos años. No les importó demasiado que tanto uno como otro hubieran sido rechazados dos meses y medio antes por la mayoría de la sociedad española. Los congresistas votaron a Rubalcaba víctimas del vértigo que la alternativa de Chacón acabó produciéndoles. Para sofocar las llamas prefirieron el agua a los escombros.

No se han permitido un minuto para la redefinición del partido, más allá de vagas referencias a las redes sociales o a la defensa de los ingredientes del Estado de Bienestar. Han pospuesto esa reflexión sobre los principios y método de su política, el ser y estar de un partido socialdemócrata en la España actual, en beneficio de un tactismo de corto plazo que puede conducir al partido a posiciones erráticas y dificultar al país la salida de la crisis.

El PSOE ha tenido momentos de inflexión a lo largo de su centenaria historia. En el pasado siglo, los años 30 que concluyeron en guerra civil borraron la impronta de Pablo Iglesias y el partido no recuperó vitalidad hasta la refundación de Felipe González, al término de los 70. Pero con el cambio de siglo la socialdemocracia que gobernó la nación durante 23 años cayó víctima de no se sabe qué; una especie de adanismo radical que lo ha dejado a merced de cualquier cosa. Está por ver cuánto tarden en borrarse las huellas de los últimos once años.

Qué cabe esperar de un dirigente en situación como la que se encuentra el secretario general socialista es una gran cuestión por lo que concierne a la gobernanza del país que exige la crisis. Ha de manejar un partido en trance de saldar cuentas por tanta derrota, con escisiones territoriales latentes y evidentes enfrentamientos personales y buena parte de su militancia está sometida a esa radical regulación de empleo sin expediente que la alternancia política ha impuesto en concejalías, parlamentos y gobiernos. Para los intereses generales de los españoles no son estas las mejores cartas que le han podido tocar al responsable de la oposición parlamentaria.

Rubalcaba sabe como pocos hasta qué punto el poder político comienza en los niveles locales. La pérdida del control de ayuntamientos, diputaciones y gobiernos regionales en las elecciones locales del pasado mes de marzo fue letal para sus intereses en las del 20-N. De hecho así ha venido siendo desde los primeros momentos de la Transición. El triunfo de González en 1982 fue precedido por la ocupación de ayuntamientos en las elecciones locales de 1980 que propiciaron los pactos postelectorales entre socialistas y comunistas. En el de Aznar fue también determinante el vuelco que el PP consiguió dar en los comicios locales de 1995 y 1999. Y las posiciones que los populares perdieron en el 2003 avanzaron el triunfo de Zapatero al año siguiente.

El flamante secretario general socialista lo tiene tan claro que fue éste uno de los puntos clave del discurso con que cautivó el voto de los congregados en Sevilla, consciente de que la mitad de ellos espera la revancha para volver a ocupar los cargos remunerados perdidos. Y mantenerles vivos durante la travesía del desierto requiere de argumentos más contundentes que precisos, incluso el recurso a la demagogia y viejos atavismos como el anticlericalismo que allí mismo sacó del armario.

Ciertamente éste no es el contexto idóneo para esperar una oposición leal a los intereses generales. En el mundo político, como en el empresarial, hay demasiados precedentes en eso de meter bulla en corral ajeno mientras se intenta adecentar el propio patio. Recuperar el espíritu que acompaña a los ganadores es fundamental para mantener en pié una formación. El acoso al adversario polariza a las huestes tras su conductor, y pocos escenarios más propicios para ello que el de la batalla electoral.

En eso estamos, y por partida doble; porque además de los comicios andaluces el presidente de Asturias ha preferido poner pies en pared a negociar en su parlamento los presupuestos de la región; gesto el de Álvarez Cascos que ilustra sobre la entidad de formaciones nacidas de personales frustraciones que acaban pagando los ciudadanos. No hay soporte ideológico diferenciado capaz de enhebrar una política más allá del compromiso con el propio ego del dirigente, caso de formaciones como la del ex popular asturiano o la ex socialista Diez.

Para Rubalcaba es perentorio revertir la deriva perdedora que ha acercado su partido a la irrelevancia. Para ello ha de salvar su último reducto en el sur y recuperar el que perdió en el norte, dos feudos tradicionales del socialismo. El andaluz, gracias al peso de los que los ingleses llamaron rotten borroughs, los burgos podridos de nuestra primera restauración, hoy alimentados por dineros públicos de dudoso control; y el asturiano, por el trabajo secular de su sindicato en la minería.

En ambos casos necesita el concurso de Izquierda Unida, conglomerado crecido a su costa como han mostrado los últimos comicios. Cortar esa sangría de votos sin cerrar las puertas a un entendimiento posterior con comunistas y verdes es una de las claves del éxito. La otra, morder en el moderado electorado popular, es difícil de compatibilizar con el objetivo anterior. ¿Pas d’ennemis à gauche, pas d’amis à droite?

En ese navegar entre Escila y Caribdis la nave socialista va lastrada con demasiado peso muerto; el tiempo aún no ha borrado las huellas del desastre del gobierno Zapatero con Rubalcaba de primer oficial. Pero no es menos cierto que a su favor soplan con fuerza extrema la radio televisión pública nacional y andaluza, y el grupo  mediático amigo; ellos llevan el cuaderno de bitácora con que el partido socialista arrancará las inminentes campañas, y en él no hay demasiado espacio para consensos con la denostada derecha en el Gobierno como confirman los primeros escarceos en el Congreso de los Diputados. Las elecciones de marzo imponen el ejercicio de un tipo de oposición que la inercia puede alargar durante buena parte del año. No parece lo mejor en las actuales circunstancias.

Abrir vías de acceso a la normalidad es un objetivo de suficiente complejidad y cercado por demasiadas dificultades, internas y externas, como para distraer esfuerzos en otras empresas o en extemporáneos análisis. El debate sobre la paternidad del hundimiento, si fue el iceberg de la crisis financiera o la impericia de los gobernantes al mando durante los últimos años, ya lo solventaron las urnas hace tres meses.

Gobierno y oposición tienen encomendada la responsabilidad de abrir un mundo nuevo de oportunidades, y no es sencilla la tarea de descubrir dónde emplear los recursos que no tenemos para sacar el país adelante. Ese es el desafío vital para nuestra sociedad que hace necesario el concurso de todos los puntos de vista para mejor enfocar el objetivo común. La prudencia del Gobierno y la lealtad de la oposición son cuestión de dignidad.

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2 comments

  1. Joaquín Álvarez de Toledo says:

    Magnífico artículo que no sé si los dirigentes del PSOE serán capaces de entender. No se ha hecho la miel para la boca del asno!

  2. El Sr Zapatero está en el Consejo de Estado. ¿Que hará?

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