Otawa, 1995. “¿Quién demonio son estos para juzgarnos?”, explotó el ministro de finanzas cuando una agencia de rating puso en revisión la deuda de Canadá anunciando una posible rebaja en su calificación. El ministro en cuestión era Paul Martin, pocos después primer ministro hasta hace cinco años. La agencia, Moody’s. La fundó el norteamericano que le da nombre tras arruinarse en el crack bursátil de 1009. Hoy Warren Buffet y su Berkshire Hathaway son accionistas principales. Y la historia es la misma que se seguimos viviendo. Poco nuevo bajo el sol, pues.
Ayer fue Moody’s quien nubló los cielos entreabiertos por la reciente cumbre europea. Las bolsas cayeron –recogieron beneficios, se dice- y volvieron a subir las primas de riesgo de la periferia continental europea. Lo acostumbrado.
En Londres Cameron defendía su extraño veto; nunca se ha visto un veto sin obtener beneficio alguno, comentó otro británico no tan feliz ante el hecho de quedarse nuevamente aislados del continente. Y en París, un señor llamado Hollande que pretende ser la alternativa socialista a Sarkozy y vengar así la derrota hace cuatro años de su ex, Segolene Royal, dice que quiere ir más allá; que el pequeño Napoleon se ha quedado corto y hay que ir más lejos de lo que a Merkel le gusta.
Con este maremágnum a la vista, quién se va a tomar en serio las aspiraciones de nuestro viejo continente. Sólo falta nuestra entrada en escena, la del nuevo gobierno español. Los pasos dados ayer por Rajoy para cubrir las mesas de las cámaras auguran una presidencia previsible, concepto muy del gusto del nuevo jefe de gobierno. Rajoy recuerda a aquel Sean Thornton que Ford puso en Inisfree, el pueblo irlandés donde se desarrolla la historia de “The quiet man”. Es el hombre tranquilo que la sigue y persigue hasta salirse con la suya sin grandes alharacas.
Tras exponer en el baldaquín del Congreso y Senado a políticos tan clásicos como Posada y García Escudero pocas dudas cabe albergar sobre por dónde discurrirá la formación de su equipo de gobierno: Soraya, Montoro… Como escasas sorpresas nos deparará la actuación de eso que llaman mercados, siempre más atentos al capricho de las grandes calificadoras, Moody’s, Standard & Poors y Ficht, que al peso de la realidad. Sólo la gravedad puede salvarnos; la gravedad de la situación y la otra, esa ley que determina que todo acaba cayendo por su propio peso.