Parece que más de medio millón de votos antes socialistas, ahora se han ido al PP. Y eso no es baladí. La frontera entre las dos orillas parecía infranqueable. No se habían detectado pasos como aquel Checkpoint Charlie berlinés por el que se podía cruzar el telón de acero. Aquí, la incomunicación se ha roto a través de tres grandes boquetes: Andalucía, Castilla-La Mancha y Cataluña, amén de otros de menor cuantía.
Los datos reflejan la ruptura de algunos tabúes, como el peso de la clase social en el voto, o la memoria histórica que seguiría dividiendo en dos a los españoles, tres cuartos de siglo después de las tragedias vividas en el pasado siglo. Ambas cuestiones parecen bastante erosionadas por el tiempo y, en todo caso, pasadas a segundo plano por asuntos más perentorios, como la falta de trabajo, abstractos como la identidad nacional zaherida, o de carácter práctico, como la incapacidad manifiesta de los perdedores para el manejo de la situación.
Esos centenares de miles de votantes, como los millones que se movieron entre otras candidaturas, son la expresión de un cambio cultural en ciernes. Faltan estudios depurados para conocer cuál ha sido el comportamiento del voto joven; cuántos han participado en ese cambio drástico del mapa electoral. Porque parece que han sido escasos los partidarios del “no nos representan” con que los indignados se hicieron oír hace unos meses y trataron sin éxito volver a hacerse presentes la pasada semana.
Esos pasos abiertos entre las pretéritas dos España hablan de pragmatismo y capacidad crítica; en el fondo, de mayor libertad. Y aporta un plus de responsabilidad a los políticos, cuyo futuro depende ahora más del saldo de su gestión que de ancestrales sentimientos identitarios.
Es un reto más que ha de atender Rajoy; su partido ha demostrado una fidelidad berroqueña, pero debe buena parte de la mayoría absoluta a los recién llegados, ciudadanos que le han prestado su voto para que mejore las cosas. Ese es el apoderamiento que se produce cuando las democracias celebran elecciones. Lo demás, literatura.