Resulta penoso que en las presentes circunstancias gentes consideradas sensatas pierdan tiempo y autoridad diciendo simplezas.
José Antonio Durán, por ejemplo, empeñado en obstaculizar una mayoría clara en el próximo Congreso de Diputados, no tiene empacho en proclamar que España está en la UCI por la confrontación entre socialistas y populares.
El ministro Jáuregui, tenido también por persona seria, se despacha pidiendo una ley que obligue a consejeros y directivos de empresas a repartir parte de sus beneficios entre los empleados. Con ello, aclara, se evitarían abanicos salariales “obscenos” y contribuiría a salir de la crisis de una manera más solidaria.
O sea: para el ministro de la Presidencia lo importante no es crear empleo, sino que los ya empleados vivan mejor. Es la misma teoría que mueve a nuestros grandes sindicatos de empleados más que de trabajadores.
Señalar como obscenos los abanicos salariales -que claro que pueden serlo- cuando está en un Gobierno que no ha hecho nada por impedir que haya cinco millones de ciudadanos sin trabajo es eso mismo: obsceno. Pero se trata de hacerse querer por los ocupas que ensucian calles y plazas públicas, y en ese ara todo incienso es poco.
Lo de Durán Lleida tiene tanto mérito, o más. Se conchaba con los socialistas para salir en un debate a tres, con Rajoy y Rubalcaba, como si representara a partido de ámbito nacional. Y solidario con el resto de los españoles, insiste en que lo fundamental es un pacto fiscal a la catalana. Extraña muestra también de sensibilidad con el momento actual; el de la macroeconomía, con sus primas de riesgo y demás, y el del millón trescientos mil hogares españoles en los que todos sus miembros están en paro.
Extraño afán de ese grupo nacionalista que pasa por ser la voz del sentido común: cuanto más débil sea el Gobierno de la Nación, mejor para su Cataluña. La que sueñan, claro.