Hay gentes empeñadas en retorcer la realidad como si así pudieran cambiarla, crear otra nueva y distinta. Ese complejo creacionista brilla sobremanera en situaciones como la que vivimos y suele correr a cargo de personajes que vislumbran el fracaso de su mundo.
Está pasando aquí. Esta semana es pródiga en ejemplos. La visita papal brinda todos los ingredientes para ello: un líder que genera entusiasmos y también el rechazo de quienes no comulgan con sus principios llega a la capital achicharrada en pleno ferragosto por una crisis sin final conocido. Los gastos indirectos, el corte de calles y sobre todo la difusión de su mensaje son pretextos suficientes para incitar al manipulador.
La televisión pública se esmera en ampliar el número de los “anti” hasta hacer de cuatro gatos una multitud. Y en algunas cátedras, como ayer en la Menéndez Pelayo de Santander, sedicentes teólogos avisan de un aumento de fanatismos y fundamentalismos con ocasión de las jornadas de Madrid, “que han roto todos los moldes imaginables”, decía uno de ellos ayer en la capital cántabra.
La realidad es más bien la que alumbra el artículo “Madrid, capital de la alegría” que hoy publica Julia Navarro. La autora de tantos best sellers comienza lamentándose: “¡Qué envidia! Sí, qué envidia no tener dieciocho años para poder unirme a esos miles de jóvenes que abarrotan las calles de Madrid con sus risas y canciones, con su mirada curiosa, unidos todos por una creencia común… Quienes crean que van a encontrar a miles de mojigatos se llevarán una decepción. Las chicas lucen pantalones cortísimos y camisetas ajustadas, los chicos andan igualmente con bermudas… Saben, me cuesta trabajo entender que frente a estos jóvenes se alcen voces intolerantes que ansían expulsarles simplemente porque no comparten su credo…”. Y concluye: “Madrid nunca había sido habitada por tantas risas”.
El gobierno ha practicado la acostumbrada táctica del sí pero no, poniendo una vela a Dios y otra al diablo, que decían los clásicos; es decir, mientras el superministro de jornada permanente José Blanco confesaba su calidad de creyente, su delegada en Madrid abría la ocasión para que la violencia estallara a manos de los contestarios, como ayer estalló –cuatro guardias heridos-.
Así, el Madrid limpio y alegre que estos días verán en todo el mundo porque esa es la realidad, tendrá su contrapunto en la marginalidad que llega hasta la violencia. La noticia, lo excepcional, también forma parte de la realidad, cierto es. Recuerden aquello del inventor del periodismo amarillo, Randolph Hearst, cuando envío a un redactor del New York Journal a Cuba en 1898 con una escueta encomienda: ”Usted mándeme postales, yo pondré aquí la guerra”. Y así fue cómo nos quedamos sin Cuba.