Con la que está cayendo, que el presidente de un gobierno regional de este país incite a sus paisanos a denunciar al Reino de España ante un tribunal internacional supera la sandez del juez que pidió el lunes a cuatro alcaldes, a la Iglesia y al sursumcorda los nombres de enterrados en fosas comunes hace setenta años. ¿Habrá caído en cuenta de que los desaparecidos lo son precisamente por no haber dejado rastro de su desaparición?
Hay gente para todo y los sin sentido se acumulan cuando el señor presidente del Gobierno de la Nación fomenta leyes que reabren la última guerra civil del siglo pasado o deshace con su torpeza las filigranas con que la Constitución abrió el camino de las libertades y la convivencia en paz. Estupideces como estas de que hablan los periódicos de la semana son preludio de las que la próxima pueden alumbrar el tripartito catalán o cualquiera de los mil y un colectivos de la última extravagancia que pueda promover ese aprendiz de brujo que habita La Moncloa.
Lo del presidente de gobierno regional, que eso es Ibarretxe, es de aurora boreal, mírese por donde se mire; un “sin dios” que dicen los navarros. Una autoridad política del Reino de España se permite la desfachatez de hacer chantaje al Tribunal Constitucional en vísperas del dictamen sobre su estrambótico referéndum, y al gobierno socialista que pena por contar con los votos peneuvistas en el próximo trámite parlamentario de los Presupuestos. ¿Qué ficha moverá ahora ZP, cada día con menos paniaguados que le ayuden a soportar la dura carga del gobierno de este ingrato país?
Además de triste, lo del vasco es demasiado ridículo. Este país tiene bastante más fuste que las repúblicas caucásicas ex soviéticas que hacen y deshacen unos y otros en esta especie de revival de la guerra fría. Por cierto, ¿sabrá el lehendakari que buena parte de la Georgia recién despiezada por los rusos se llamaba Iberia en tiempos de la Grecia y Roma clásicas? Allí podría hallar hoy mejor fortuna el personaje. En aquel vecindario no le iban a faltar ayudas para jugar a los Estados sin necesidad de recurrir a Estrasburgo.
Lo del juez estrella tiene morbo. Romper la paz de los muertos y trocar el papel de víctima que tantos curas desempeñaron por el de asesinos o encubridores puede ayudar a escamotear los problemas reales del país, sin duda; nunca a resolverlos. El personaje se las trae. Comienza a pedir actuaciones a diestro y siniestro para saber si tiene capacidad para actuar. Otro “sin dios” para ponernos en solfa ante el mundo, como si este país no se mereciera lo conseguido en los últimos treinta años; como si fuera una de las repúblicas bananeras en cuyas sentinas de la historia reciente acostumbra a meter las narices.