Nadie se ha preguntado qué ganó el país con el debate de la pasada semana. Lo que tiene encelado a los medios y aparatos de los partidos es si el debate cayó del lado de Rajoy o de Rubalcaba. Es lo que pasa cuando los agentes políticos encanallan su función pública. Y lejos de caer en la funesta manía de pensar, como prometió aquel rector de la catalana universidad de Cervera a Fernando VII hace por ahora dos siglos, continúan perdiendo el tiempo discutiendo si lo que vienen son galgos o podencos: si estamos al final del túnel o entrando en otro mayor, y otras cuestiones por el estilo.
Entre tanto, a tres mil setecientos kilómetros de aquí, dentro de nuestra vieja Europa, traspasadas las fronteras de Francia, Alemania y Polonia, en Ucrania una guerra está a punto de estallar.
Rusia tiene poderosas razones para impedir la pérdida definitiva de su control sobre Ucrania, república independiente desde agosto de 1991, semanas después del fallido golpe de estado contra Gorbachov, el líder reformista soviético. Las hay históricas, en torno a Kiev nació hace mil años la Rusia europea y en ella también nacieron jerarcas soviéticos como Brézhnev. Operativas, en Crimea atraca la flota rusa del mar Negro, o sea del Mediterráneo. De seguridad, tras el ruso, el ejército ucraniano es el segundo del continente europeo, más de cuatrocientos mil efectivos, y en Ucrania estuvo el mayor arsenal nuclear del mundo hasta la firma del tratado de no proliferación. Y de estrategia económica: por Ucrania transita el 85% del gas que consume el núcleo central de la UE. Continue Reading ▶






