Acogerse a sagrado. Tiempos aquellos en que los perseguidos podían buscar la protección de otra autoridad. Hoy y aquí muchos buscan esa autoridad bajo la que guardarse de políticas sectarias que estrujan principios radicales de nuestro modelo de convivencia, como el de legalidad, la división de poderes o el respeto a las minorías. Hace siglos iglesias y monasterios cumplían ese papel. Hoy y aquí, sólo tenemos la Justicia.
¿Por qué si no el doctor Sánchez ha puesto tanto empeño en afrentarla interviniendo su autonomía, politizándola con nombramientos partidarios, no devolviendo a los magistrados la capacidad de elegir a sus representantes, tal como consta en la Constitución y, entre tanto, atascando el acuerdo preciso con la oposición para renovar sus órganos de gobierno?
El hecho de que el Tribunal Supremo hoy haya anulado el ascenso de la exministra de Justicia Dolores Delgado a la máxima categoría de la carrera fiscal es señal de que aún quedan clavos de los que agarrarse, por muy ardiendo que parezcan estar. Dictada por unanimidad, la sentencia considera que aquel nombramiento del Gobierno, el pasado año, supone un ejercicio de desviación de poder con la única finalidad de promover a Delgado tras dejar el cargo de fiscal general del Estado.
Tal y como informa la redactora competente de “El País”, la promoción de fiscal rasa a fiscal de sala de lo Militar la hizo el Consejo de ministros a propuesta del actual fiscal general, Álvaro García Ortiz. Este había sido número dos de Delgado cuando aquella aterrizó en la Fiscalía General tras dejar el cargo de ministra de Justicia, y la sucedió en la cúspide del ministerio público. Un simple escándalo más; bombos mutuos a costa del contribuyente.
Si García Ortiz tuviera un instante de lucidez dejaría colgado al doctor; bueno, lucidez y un buen abrigo, que ya se sabe que fuera hace mucho frío. Pero él, como los vocales que su jefe ha metido en el Constitucional una vez testados en su gabinete, nunca pasarán por las orcas caudinas; su probada obediencia les evita el sonrojo de hacer lo que saben que no debieran hacer. Qué se le va a hacer.
No, de Conde Pumpido no hablamos, ¿para qué?
Ni por otras razones mentaremos los nombres de jueces y magistrados honorables, como la inmensa mayoría lo son, que se sienten ofendidos por la prueba de sangre a que les quieren someter, ese dichoso lawfare que el doctor ha hecho suyo a instancias de golpistas y otras malas compañías. El acoso judicial será una palanca más en manos del común para poner en su sitio a la artificiosa mayoría de falso progreso; al tiempo.
No caben más esperanzas… serias, naturalmente, que en la Justicia. Especular con el resultado de las elecciones vascas, el cabreo de las chicas de Iglesias, o que García Page y otras coartadas que el doctor guarda con esmero den un paso al frente, es ejercer de supervisor de nubes. ¿Recuerdan a Rodríguez Zapatero?
No hay que desesperar, aquel profeta del sanchismo cayó aplastado por una mayoría absoluta de españoles hartos de tantos estólidos desatinos.
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