Antes de irse a tomar el fresco en las aguas de Menorca, el ex honorable que continúa presidiendo la Generalidad tuvo la luminosa idea de usar como vara de medir la voluntad secesionista de los catalanes no el recuento de votos del 27 de septiembre sino su recuenta tras pasarlos por la llamada Ley D’Hondt. El señor Mas debe de ver al resto de sus conciudadanos –o sea, a todos nosotros- aquejados de la misma imbecilidad que tantos le achacan a él.
El sistema creado hace más de siglo y medio por Víctor D’Hondt tiene un objetivo: propiciar gobiernos estables en los sistemas electorales proporcionales, primando a los dos primeros contendientes. Salvo en los países con sistemas mayoritarios, caso del Reino Unido, hoy se aplica en medio mundo.
Así pueden llegar a formarse mayorías absolutas en un parlamento sin estar en la calle respaldadas por más de la mitad de los votantes. Dos ejemplos: la inmensa mayoría que cosechó en 1982 el PSOE de Felipe González, un 70% de los escaños del Congreso, se debió a un 48% de los votos emitidos. Y en la última consulta, el PP de Rajoy consiguió el 53% de la Cámara con el 45% de los votos.
Criticado por los minoritarios, que en democracias como la británica o la estadounidense no obtendrían ningún escaño, el sistema del profesor belga sólo tiene la función descrita, facilitar estabilidad parlamentaria en situaciones políticas multipartidarias; en ningún caso confundir la realidad. Las elecciones, como los referendos, son la apelación directa al ciudadano, no a sus representantes.
Mal deben de presentarse las cosas a Mas cuando comienza a hacerse trampas en su propio solitario. Ya no le basta con jugar a decidir el futuro de la nación entre unos pocos, siete millones entre cuarenta, sino que además pone la Ley D’Hondt sobre el tapete, como el trilero la bolita que marea entre sus cubiletes.
Mas es cada día menos. El lío que tienen los promotores y figurones de la candidatura unitaria independentista ya es lo que le faltaba. De seguir así las cosas, las próximas regionales catalanas serán las primeras elecciones sin candidato a presidir aquel gobierno. Lo único que le importa es abrir un frente de confrontación.
Puestos a ello, dividir la sociedad catalana es fácil, de hecho está ya resquebrajada; lo difícil será restaurar su conciencia de comunidad, y como el Tenorio de Zorrilla Mas habrá de oír el reproche de un Don Luis: “con lo que habéis osado, imposible la hais dejado para vos y para mí”.
El sistema proporcional es bueno para los partidos, no para la gente. La ley d’Hont es un arreglo para algo que no funciona bien. Con el sistema mayoritario es la gente la que manda sobre los partidos. Cuanto antes se llegue a esa conclusión, mejor.
Algunos ya estamos en ello.
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