La normalidad ha vuelto al coso taurino donostiarra. Nada más normal que en una plaza de toros se corran toros; acaba de suceder en Illumbe tras el paso por la alcaldía de San Sebastián de los de Bildu, que rebautizaron la plaza bajo la advocación de “Donosti Arena”. Hay que ser cursis…
Lo mejor del paréntesis proetarra al frente del consistorio vasco es eso, que como todos los paréntesis se termina cerrando. Los destrozos ya fueron consumados; este año se calcula en veinticinco millones lo que la feria aporta a la economía de la ciudad.
Es notorio que los ocupas de diverso encaste llegaron a las instituciones sin tener idea de lo que iban a traerse entre manos. Nunca fue más clara la diferencia entre predicar y dar trigo. La activista Colau, por ejemplo, ya ha mostrado su frustración porque al frente de la alcaldía de la ciudad condal no puede hacer lo que desde la calle exigía a gritos que había que hacer.
Que el ciudadano tome conciencia de este fenómeno extendido ya por media España supondría una interesante lección democrática; los que más chillan dejarían de imponerse sobre los que más votos tienen. Claro que para que ello cuajara sería necesario que éstos, las corrientes mayoritarias de la sociedad, tomaran conciencia de qué es lo realmente importante y dónde comienzan sus responsabilidades frente al conjunto de la sociedad.
La situación, el porvenir incierto que quiérase o no es lo que realmente a todos preocupa por unas u otras razones, no se resuelve abriendo en canal el pacto de convivencia que es la Constitución vigente.
Necesitada efectivamente de algunos retoques tras lo experimentado durante treinta y seis años, es una simpleza impropia de gente responsable achacarle a ella las deficiencias del sistema, el paro o la corrupción. La apelación a un nuevo período constituyente es lo que en el rugby se denomina patada a seguir, útil en muchos casos para avanzar hacia la línea de marca contraria, y en todos para quitarse la pelota de encima.
Por cierto, convendría a políticos y espectadores de este país nuestro, futbolero donde los haya, fijarse un poco más en lo que caracteriza al rugby, comenzando por el respeto a las reglas que nunca se discuten, ni jugadores ni público. A las reglas y a los árbitros. Y al término del encuentro, el llamado “tercer tiempo” en el que los contendientes, junto a los árbitros y forofos cercanos, se inflan de cerveza comentando el partido.
Un refrán británico dice que el fútbol es un juego de caballeros jugado por villanos, y el rugby un juego de villanos jugado por caballeros.
¿Por qué aquí, entre nosotros, no jugar a ser caballeros? Quizá nos hubiésemos ahorrado muchos paréntesis a lo largo de la Historia.