La oposición ha hecho presa de la visita de un presunto delincuente al ministro del Interior, y sobre la inaudita torpeza del jefe de las fuerzas que auscultan los movimientos del tantas veces ex –del Gobierno, del FMI, de Bankia- girará buena parte de la política del verano. Como si no hubiera más cera que prender.
Los gobernantes en curso tienen una extraña facilidad para embarrarla cuando parece que fueran a salir de apuros tras tres años de sequía.
Cuando los índices de crecimiento y empleo comienzan a afianzar la idea de que se está superando la crisis; cuando la federación madrileña socialista está en ascuas por la torpeza de su líder máximo; cuando éste irrumpe en la gestación de la reforma constitucional diciendo que hay que privilegiar a Cataluña sobre el resto de las regiones españolas; cuando desde Andalucía continúan llegando nuevas de los escándalos propiciados por sus autoridades, únicas desde que nació la Junta; cuando los podemitas sufren en sus carnes el destrozo de su partido hermano griego, víctima del realismo, y del padrino venezolano, éste acosado por el hambre; cuando los ciudadanos reunidos bajo la advocación Rivera pasan de ser tenidos por finos estilistas a simples trileros en cuestiones de gobernabilidad, etc.; cuando todo eso y mil cosas más está poniendo en valor las escasas virtudes del partido gobernante, sus gerifaltes no pierden ocasión para echar piedras sobre su propio tejado.
Y así siguen los llamados políticos enzarzados entre dimes y diretes mientras circulan por la nación cuestiones de mayor calado, como lo de Cataluña. Y dentro de circo montado por el felón que preside la Generalidad, un par de monjas.
Una, recién exclaustrada del monasterio de San Benito de Montserrat, quiere presidir la Generalidad. La benedictina Sor Teresa Forcades es promotora del movimiento independentista Procés Constituent a Catalunya. Eso sí, el Vaticano le ha concedido la salida del claustro por un período de un año, prorrogable.
La otra es la dominica contemplativa sor Lucía Caram, argentina de Tucumán, activista de quien no se sabe de dónde saca para tanto como destaca, que decía el cuplé. Dice estar enamorada de Mas, hace campaña por la secesión además de un programa de televisión sobre cocina, mítines y tertulias por donde se tercie. En fin, de todo menos lo suyo, que es contemplar.
Tal vez jueguen a emular a aquella María Pita que al grito de «Quen teña honra, que me siga», se cargó en la Coruña de un espadazo al alférez inglés que plantaba su bandera en lo alto de la muralla. Corría el siglo XVI.
O quizá a la catalana Agustina de Aragón, nacida, bautizada y casada en Barcelona, dos siglos y pico más tarde. De luchar con su marido contra los franceses en el Bruch pasaron a Zaragoza, donde mecha de cañón en mano impidió la entrada de los de Napoleón por la puerta del Portillo.
Pero aquí no hay ingleses, franceses ni otros moros en la costa; qué coño hace este par de monjas de clausura en el merdé catalán es un misterio a la búsqueda de exégetas.